Opinión

¡Quién me lo iba a decir!

No tengo la menor duda de que el machaque físico contribuye mucho a la reactivación de la mente. La sangre se mueve, el corazón bombea y los recuerdos se revitalizan. La juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo, y yo, en la época de Guerra y González, era todavía un poco pava y quizá también algo superficial. Ahora reconozco mis errores, porque si bien fue una momento de alta corrupción y autoritarismo no cabe duda de que las cabezas superan con mucho a las de ahora. No hay más que oír hablar a la Calvo y oír hablar al viejo zorro de Alfonso Guerra que, con su perenne gracejo sevillano, asegura que España no es ni Yemen del Sur ni Burkina Faso como para necesitar un «relator» en las conversaciones del Gobierno central con el Gobierno regional de Cataluña. Siempre he sostenido que con los secesionistas, los golpistas y con los terroristas no cabe posibilidad de diálogo: se les aplica la ley y la Constitución y a otra cosa. Claro que Sánchez quiere mantenerse todavía un ratico más en Moncloa, con la parienta adosada a un «business» que le proporciona pingües beneficios, a costa de las arcas del Estado, y, de paso, seguir viajando de gratis, ora en el Falcon, ora en el avión oficial en cuyo lomo reza la frase «Fuerzas Aéreas Españolas». Yo también querría, pero, como decía mi padre, «no tengo cuerpo para chaleco». Así son las cosas, y mientras la calefacción de casa sigue funcionando cuando le viene bien, con una mantita sobre las piernas hojeo periódicos y páginas digitales y me encuentro que García Trevijano ha dejado un fortunón que no olerán sus hijos, por quienes se sintió maltratado. Bueno, eso será si los hijos no siguen adelante con su revocación del testamento, en cuyo caso nunca se sabe qué puede pasar, y si no, que me lo digan a mí.

Trevijano formaba parte de aquel grupo del que alguna vez hablé, que se reunía en mi casa, a siete kilómetros de Guadalajara, a quienes la prensa adepta al régimen felipista dio en llamar «los costaleros del Nobel». Ellos, «los costaleros», se autodenominaban «el sindicato del crimen», y todo era muy divertido. Pablo Sebastián, Raúl del Pozo, Luis González Seara, José Luis Gutiérrez «el Guti», Carmela García Moreno, Pedro J, y algunos que se me quedan en el tintero. Todos adoraban a Trevijano –yo no porque me parecía un pedante–, seducidos por sus excentricidades y su rojez, porque era muy rojo –rojo de luxe, eso sí–, y muy republicano, pese a amar al Rey Padre, don Juan, Conde de Barcelona.

La vida política siempre da para hablar, para debatir y hasta para divertirnos, aunque sea a fuerza de ironía, porque a diario y, gracias a nuestra capacidad para el asombro, vivimos situaciones paradójicas que nunca hubiéramos imaginado. También los distintos medios dan su versión según mejor les conviene a su tendencia editorial y así tenemos que algunos aseguran que «el Gobierno recula» por la que se le viene encima si sigue en su empeño de ceder un pedazo de España a los independentistas, otros que «Sánchez admite el fracaso de la estrategia de mano tendida» y otros más que «los secesionistas rechazan la oferta del Gobierno y éste teatraliza la ruptura» para paliar la sensación de ridículo.

Valls se apunta a la manifestación de hoy y yo me arriesgaría a decir que muchos de pensamiento guerrista y felipista también, ante el inminente y poco deseado hundimiento del PSOE. Como el oficio de profeta está muy desprestigiado me niego a hacer vaticinios y que sea el tiempo el que nos sorprenda. Amén.