Opinión

El bote pronto

Es innegable que se ha dado en nuestro país una reorganización del espacio conservador. Ciudadanos ha renunciado a la socialdemocracia, desplazándose hacia el centroderecha, y por el otro extremo ha aparecido Vox. Todas esas reubicaciones han perfilado un catálogo (centroderecha, derecha y ultraderecha) que resulta claro, comprensible y cómodo para el votante conservador. El arco está bien definido, con relieves bien marcados. La posición más compleja le corresponde al partido que hasta hace poco concentraba la mayoría del voto conservador. Se ha visto colocado en el medio, como el sabroso embutido de un bocadillo al que todos quieren hincar el diente. Pablo Casado, consciente de ello, ha decidido no quedarse quieto, moverse rápido y cambiar la habitual retórica del partido por una más dinámica y agresiva. El discurso que así –a bote pronto– permitía más exhibición de adrenalina y poderío pasaba por el patriotismo, los valores tradicionales, la bandera y el orgullo de la nación española. Es decir, que ha decidido –al menos de entrada– dirigirse a disputarle los votos más a Vox que a Ciudadanos. Sin embargo, esa dirección también tiene sus propios peligros.

Hace dos décadas, en Cataluña, el PSC empezó a coquetear con Esquerra Republicana de cara a reordenar el espacio de izquierdas y formar un tripartito. Querían ir de la mano pero, a la vez, ambos se disputaban el voto de un nicho muy concreto de gente. Para plantear esa disputa contra ERC, el PSC tuvo dos opciones posibles. La más aparente, facilona, rápida y populista era ver quién presumía de más nacionalismo. La otra posibilidad era la contraria: convertir en un valor y en un activo el hecho de que para ser de izquierdas no hiciera falta agitar ninguna bandera nacionalista. Resultaba más complejo, más intelectual y más difícil de comunicar al oyente (por requerir finas y detalladas explicaciones) pero les hubiera valido la pena intentarlo. ¿Por qué? Pues porque el PSC, al escoger el camino del nacionalismo, pasó de un panorama en que tenía 52 escaños en Cataluña (por solo 12 de ERC) al actual, en que los de Esquerra tienen 32 y ellos solo 17. Es bueno no perder de vista esas pequeñas lecciones de la Historia.