Opinión

El evemerismo nacionalista

Mientras que la ciencia y la tecnología no han dejado de evolucionar, el pensamiento humano en su desarrollo filosófico no tanto y quizá sea porque la erudición griega fue muy sofisticada y difícilmente superable. En aquel entorno filosófico de hace más de dos mil años, surgió el evemerismo como una teoría hermenéutica de la interpretación de los mitos creada por Evémero de Mesene, según la cual los dioses paganos no son más que personajes históricos de un pasado mal recordado, magnificados por una tradición fantasiosa y legendaria. Esta teoría establecía como nota esencial del mito un sentido oculto que configura una imagen muy distorsionada del personaje real, en definitiva se diviniza a hombres para casi convertirles en semidioses. En el mundo de los nacionalismos excluyentes e identitarios parece que se recrea un nuevo evemerismo donde a determinados personajes se les convierte en mitos que avivan la fuerza ideológica del nacionalismo, abandonando cualquier mínimo rigor histórico sobre el sujeto. El caso más paradigmático es el padre del nacionalismo vasco Sabino Arana, el cual ha destacado especialmente por el paroxismo del elemento étnico configurado por su importancia identitaria y diferenciadora respecto a la raza española, algo felizmente superado. Otro caso de mitificación lo encontramos con Rafael Casanova cuyo principal mérito fue ser defensor del Archiduque Carlos de Austria durante la guerra de Sucesión Española, y que, tras obtener su propia amnistía, ejerció plácidamente la abogacía en Barcelona hasta su muerte. Por fortuna, la inmensa mayoría de la sociedad española está concernida en un proyecto común e ilusionante que es la España del siglo XXI, la cual ha abandonado los atavismos nacionalistas, incluido el rancio españolismo, para convertirse en una gran nación europea que, estando orgullosa de su pasado, con sus éxitos y fracasos, apuesta por una vocación europeísta y moderna, en la cual los ciudadanos y no los territorios son lo más importante, y donde el fortalecimiento de los derechos y libertades de las nuevas generaciones es mucho más transcendental que el mantenimiento de derechos históricos que solo sirven para alimentar innecesarias y obsoletas reivindicaciones políticas. Como decía George Bernard Shaw, «el nacionalismo es la extraña creencia de que un país es mejor que otro por virtud del hecho de que naciste ahí» y esto está más que superado hoy en día.