Opinión
Palimpsesto
Desde el miércoles pasado que quería hablarles del libro de Pedro Sánchez, pero todavía no había podido parar de reírme. Entre las carcajadas que me convulsionaban las costillas y las lágrimas de risa no había manera de acertar con las letras del teclado.
La verdad es que el libro es un artefacto colosal. No sé a quién se le habrá ocurrido que esto podría ayudarle en las elecciones, pero no seré yo quien corrija a los que saben de estas cosas que para eso son expertos y les han dado una mesa y un despacho muy grandes. Solo querría dejar establecido que soy uno de tantos que escribe libros y estamos acostumbrados a escribirlos en persona. Permitir que un libro te lo haga otro y firmarlo tú suena como una especie de afirmación de impotencia intelectual. ¿Tanto costaba poner cuatro pequeñas palabras («transcrito por Irene Lozano») en la cubierta? Hubiera quedado igual de bien y así nadie podría acusarle de farsante. Si ya de entrada nos oculta la verdad en la portada de su propio libro ¿cómo vamos luego a creer nada de lo que venga dentro? El problema añadido es que ahora llega además una campaña electoral y nos va a prometer también un montón de cosas. ¿Qué credibilidad podemos entonces otorgarle a alguien que empieza su gira de promesas con un libro falso?
También hay que ser un poco bruto para atribuir la frase «decíamos ayer» a San Juan de la Cruz. No es solo que la frase de Fray Luis de León fuera un emblema para el clásico socialismo ilustrado de nuestro país (un represaliado, como los antifranquistas, que terminaba ganando); es que además no hay figuras más antitéticas que Fray Luis y San Juan de la Cruz: el uno claro, diáfano y renacentista y el otro, sensual, abarrocado y místico. ¿Cómo pueden confundirse? Es como pensar que los Sex Pistols tocaban «Clavelitos».
Me limpio los lacrimales y no seré yo quien ahonde en si Sánchez ha quedado como un ignorante y un mentiroso. A lo que sí no he podido resistirme es a titular esta columna con la palabra que la encabeza. Con este título, imagino a Sánchez o a Colau leyéndola y, hasta que no hayan buscado el auxilio de un diccionario, llevándose el enorme sobresalto de pensar que estoy hablando de un Borbón o un Papa.
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