Opinión
Tolerancia y Ley
En Timoteo 1:9 se advierte que la ley no es puesta para el justo, sino para los injustos y para los desobedientes...», y tan es así, que las primeras leyes conocidas son de tipo conminatorio y admonitorio, estableciendo las consecuencias para aquellos que transgredan sus mandatos. Hoy en día, las leyes más importantes son las normas que proclaman derechos y garantías, pero para que estos sean plenos, no solo es necesario que se garanticen frente a la actuación del Estado, sino y, además frente al resto de ciudadanos. Que no hay democracia sin ley es algo tan sagrado para la propia democracia como lo es cualquier norma sagrada en una religión. En la actualidad, esta frase se repite hasta la saciedad y todo ello con un fin claro: los demócratas creemos en que el cumplimiento de la ley y de los procedimientos que establece es la mejor de defensa del sistema democrático frente a cualquiera de sus amenazas. La prestigiosa Comisión de Venecia, el organismo europeo al que desde hace más de dos décadas se le ha asignado estudiar e impulsar la profundización de la democracia en toda Europa, recoge una regla general en su Código: «El recurso al referéndum debe respetar el conjunto del ordenamiento jurídico y notablemente las reglas de procedimiento. En particular, el referéndum no puede ser organizado si la Constitución o la ley conforme a la Constitución no lo prevé, por ejemplo, si el texto sometido a voto es de la competencia exclusiva del Parlamento». Y se añade que «el principio de la soberanía del pueblo no permite que este se pronuncie al margen de las reglas jurídicas». El Consejo de Europa, que agrupa a todos los estados europeos sin excepción, es celoso guardián del Estado de Derecho y, para todos los estados de Europa, entendido que en democracia el Estado de Derecho es un límite infranqueable incluso para el principio de soberanía popular. El Tribunal Constitucional en la STC 31/2010 rechazó que Cataluña pudiera autodeterminarse «nación» en sentido jurídico-institucional sólo considerándolo en el sentido cultural por las peculiaridades propias, y esto último, es un buen principio para el diálogo. Ni siquiera John Locke en su Ensayo y Carta sobre la tolerancia acepta dentro del Estado a aquellas instituciones que proclaman y aspiran a su destrucción.
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