
Opinión
Arte y agricultura
Los que disfrutamos con delirio del arte y los libros siempre caemos, tarde o temprano, en la debilidad de ponernos un poquito pedantes. Si de normal tenemos cierta tendencia a eso, no les digo ya entonces cuando acaba febrero y empieza marzo. Coinciden entonces dos ferias españolas que son el último grito en innovaciones artísticas y tecnológicas: Arco en Madrid y el Mobile en Barcelona.
Catalán de nacimiento y madrileño de adopción, disfruto de ambas y, durante unos días, me pongo estupendo y floto extasiado entre intervenciones artísticas del espacio que dialogan con la sociedad civil y aplicaciones tecnológicas que profetizan nuevas eras de relaciones humanas. Tras esa semana álgida de sobredosis futuristas, delicadezas conceptuales y expectativas superhumanas, uno siente la necesidad de desintoxicarse un poco de tanta pedantería y, entonces, ¿cómo descender desde esas elevadas cumbres para volver de nuevo a la grosera realidad cotidiana?
A mí lo que me funciona es dirigir mis pasos hacia una buena y noble feria agropecuaria. En nuestro país las hay a patadas; en Torrelavega, en Siero (Asturias), en León, en Salamanca, en Valladolid... No hay como pasearse por una de ellas entre repollos gigantescos y coliflores que parecen haber sido embarazadas por un trolebús para sanear cualquier resto de melindre intelectual que nos quede. En esas ferias, los olores son proteicos y nos alcanzan sin saludar. Los sonidos y los colores son crudos, de impacto. En los últimos años, siempre tenemos además la emocionante incógnita de saber si alguien se habrá atrevido por fin a traer a una de ellas a Santiago Sierra o, en su defecto, al famoso toro gigante de Australia que se ha hecho viral en internet. Y poder comprobar en vivo y en directo si, como parece, su morro tiene el tamaño de la pista de un portaviones y sus testículos son tan grandes como balones de rugby (entenderé que no sepan exactamente a quien me refiero).
¿Me ha quedado una columna algo grosera? Bueno, desear ser cortés y no estar seguro de haberlo conseguido es probablemente el mejor síntoma de haber superado ya el habitual sarampión pedantesco de cada final de febrero.
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