Opinión

Palabras feas

Esta es una columna muy difícil de hacer porque no deseo herir a nadie y es complicado conseguirlo cuando se tocan verdades dolorosas. ¿Cómo explicar entonces algo que veo a mi alrededor? ¿Renunciando a la verdad? ¿Escogiendo mentiras piadosas?

Me refiero a un fenómeno que nadie menciona, pero que encontramos con frecuencia flotando como una niebla inquietante alrededor del sentimiento patriótico. Ahora mismo, a causa del intento independentista, me veo rodeado en Cataluña de un montón de conciudadanos que creen en patrias. Me trae recuerdos de mi adolescencia, cuando pude presenciar el final del franquismo. Entonces, el miedo de algunos frente a la desaparición de un mundo conocido tomaba la forma de un patriotismo asfixiante dirigido hacia la bandera española. Ahora veo algo similar proyectado sobre la bandera catalana. Es como si una futura patria fuera a traer la solución de contratiempos personales sentidos como fatigas vitales: ese trabajo extra que da un hijo discapacitado, aquel cónyuge majareta, una sexualidad insatisfactoria, un fracaso artístico o el simple estupor profesional. Todo lo vendría a arreglar un régimen político imaginario dudosamente realizable. Se rechaza el mundo monótono, esforzado y paciente de la democracia y se quiere imponer el orden de los sueños con sus creencias improbables.

Ninguna patria, ni república, ni régimen, hará que nuestros hijos sean más perfectos, ni que nuestros fracasos estrictamente personales mejoren. Seguiremos siendo los mismos humanos con los mismos defectos y problemas, deseando progresar. La posición de los escritores frente a este hecho es complicada. Descubrimos pronto que estas palabras verdaderas no suelen ser agradables y que las palabras agradables no suelen ser verdaderas. Para sobrevivir hemos de llegar al público, pero a éste le ahuyentan las palabras que incomodan. ¿Cómo explicar estos fenómenos sin espantar posibles lectores? La gente tiene su amor propio.

La Movida de Madrid, en los ochenta, sirvió para barrer todo un mundo similar de banderas y frustraciones. Probablemente, lo que andamos necesitando en Cataluña no sea una república sino, con urgencia, una «Moguda».