Opinión
Síntomas
No vale la pena hablar de Puigdemont. Conocemos ya sus fanfarronadas de supervivencia y sabemos perfectamente que no vendrá. Es más cívico e iluminador gastar el valioso tiempo en analizar la virulencia con que se ha atacado los últimos siete días a Enric Millo. La saña, los intentos de descalificarlo, de pintarlo como un traidor roñoso desde que dio testimonio en el juicio del «procés», han sido altisonantes, irracionales y algo fantasiosos. Se le intentan atribuir intenciones que nadie puede constatar sin estar dentro de su cabeza. Lo chocante es que esa pretensión desorbitada ha venido incluso de catalanistas supuestamente moderados que se distinguían hasta la fecha por sus intentos de morigeración y ecuanimidad.
El catalanismo debe reflexionar. Se comprende que las controversias del juicio hayan calentado los ánimos, pero todos estaremos de acuerdo en que examinar con detalle sobre la mesa todos los hechos del 1-O ha de ser bueno. Lo que no es muy sensato es considerar bondadosos solo aquellos testigos que coincidan con nuestras ideas y llamar supervillanos a los que aporten visiones que nos contradicen. Es como si el catalanismo estuviera aterrorizado de que se sepan las cosas, de que se cuente todo e, instintivamente, movilizara todas sus baterías para negar lo evidente. A pesar de ello Millo, con su fuerte acento de pronunciación catalana, seguirá siendo uno más de nuestros paisanos y, como otros dos millones de la región, defenderá sus libres opiniones y percepciones. Para el catalanismo actual tanto la disidencia como la evidencia son traición, lo cual es muy insano. Algo está pasando en nuestra región cuando un testigo siente la necesidad de pedir que no se vea su cara. Si señalamos a las personas y las coaccionamos con la perspectiva de ser increpados en la calle por explicar su verdad, lo que hacemos es vedarnos toda posibilidad de acceder a ninguna verdad de tipo general. No podemos enviar a cuarenta mil contra uno y pretender que eso no es violencia.
Que no lo entienda Torra es esperable, dada su talla intelectual; pero que las mentes más sensatas del catalanismo lo pierdan de vista es preocupante y compromete nuestro prestigio intelectual y democrático.
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