Opinión

Cuestión de confianza

He tenido la oportunidad de visualizar una intervención de Rachel Bostman, considerada una autoridad en economía colaborativa a través de tecnologías digitales, bajo el título «Hemos dejado de confiar en las instituciones, comenzando a confiar en desconocidos». Refiere como vamos perdiendo la confianza en las instituciones públicas, así como en organizaciones y corporaciones tradicionales, y ello como consecuencia de comportamientos deshonestos en sus élites y, por el contrario, se está produciendo un fenómeno generalizado de confianza en desconocidos, favorecida por la tecnología de la cadena de bloques. Sostiene que, de igual manera que Internet abrió las puertas a la información disponible para todo el mundo, la cadena de bloques revolucionará la confianza a escala global. Pone como ejemplos el uso de vehículos conducidos por desconocidos, la cesión del uso de nuestras casas igualmente a desconocidos, siempre que esté gestionado por una aplicación tecnológica. Resulta paradójico que el ser humano confíe más en lo deshumanizado a través de la tecnología que en lo gestionado por el propio hombre. Los políticos y los periodistas hasta hace poco tiempo eran los prescriptores más influyentes, pero actualmente vemos como se está generando una gran crisis de confianza en ambas actividades, surgiendo cauces de generación de influencia con nuevos prescriptores que ofrecen más confianza tan solo por ser algo novedoso o disruptivo con lo tradicional. Es muy sintomático que la ruptura genere confianza por sí misma, algo muy actual en nuestro mundo político. Quizá el problema surge en que el actor político se presentaba generalmente como el auténtico responsable de todo lo bueno que sucedía en una sociedad y los medios de comunicación como los fieles transmisores de información veraz. Como todo ejercicio humano, están sometidos a la falibilidad y en ocasiones a la corrupción ante lo cual la sociedad busca nuevos ámbitos de decisión e información y, abandonando lo tradicional, confían en lo novedoso por muy disruptivo que resulte. Quizá el problema es, como decía Alexi Tolstoi, que «todos piensan en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo». Nuestra sociedad necesita conciliar el avance tecnológico y el mantenimiento de la institucionalidad, sin la cual seremos gobernados por nuevos influencers que crecen como el musgo a la sombra del fracaso de otros, pero para ello es necesario reconocer errores y transformarse.