Opinión

Traidor

Teodorico, rey de los godos, era devoto del culto arriano. Tenía un primer ministro de esos «agradaores», un pelota ejemplar, que deseaba complacer a su jefe, aunque sobre todo aspiraba a mantener su empleo. Dicho primer ministro era católico, pero se convirtió al arrianismo creyendo contentar a su señor, el rey, estar más cerca de él, hacerse el simpático... Cuando se enteró de la conversión, Teodorico, que no se preocupaba de hacer consejos de ministros porque nadie le obligaba a dar posteriores ruedas de prensa, tomó él solo una decisión: mandó ejecutar al recién converso primer ministro. Kaput. Cuando le preguntaron por qué había castigado tan severamente lo que al final no era más que un cambio de religión, el rey respondió: «Si ha sido capaz de traicionar a su Dios, ya me imagino lo que podría hacer conmigo...

Está claro que no puedo confiar en alguien así». La traición –es fama– resulta difícil de soportar, incluso cuando no es más que una sospecha. Y los traidores son malos consejeros. Quien traiciona, también defrauda, esto es: comete un fraude. Atenta contra la verdad, roba la verdad y la sustituye por una mentira: la propia. El traidor, por lo tanto, vive entre las sombras de la falsedad, y agrede el patrimonio moral de la persona a quien traiciona, igual que roba aquel que comete una estafa económica. Hay personas que tienen amigos a los que hacen grandes favores, pero llega un día en que, esos amigos, los traicionan. «¿Cómo alguien que me debe tantos favores me puede traicionar de esta manera?», se preguntan, desolados. La respuesta es que la traición es el «pago» al favor.

El traidor no soporta que le hayan hecho favores, porque eso le obliga a verse reflejado en el espejo de su fracaso («no he conseguido algo por mí mismo, sino gracias al favor que me ha hecho un amigo»), y la manera de olvidar su derrota, su falta de valía e independencia, es revolverse y traicionar a quien le ha favorecido. Así, vendiendo al que le prestó ayuda, se siente superior, con la ilusión de que posee más fuerza que quien le ayudó. Esa ruindad es la única manera en que un traidor puede superar su decepción consigo mismo, y olvidarse de su propia miseria.