Opinión

Negarlo

Una vez coincidí en un congreso, en una bonita ciudad lejana, con un escritor que, hasta entonces, admiraba y apreciaba. Entre un acto y otro, tuvimos tiempo de hablar de muchas cosas. Salió en la conversación el Holocausto. Mi colega empezó a describirme qué había sucedido «en realidad». Sí, era de esos hombres que constantemente intentan explicar a las mujeres todo lo que ocurre, que tratan a sus compañeras e iguales con la misma impertinente superioridad que usarían adoctrinando a un menor de edad. La Shoá, traducido como «La Catástrofe», me aseguró, no era como la contaban. Para nada. Los campos nazis lo fueron «de trabajo», no de exterminio. Hitler quería esclavizar a los judíos para sacarles provecho. Murieron «unos cuantos» judíos, pero no tantos como se creía ni de la forma en que se decía. La historia que yo había aprendido, me reprochó burlonamente, era una gran mentira que me había «tragado» por crédula y por no leer ciertos libros que él parecía saberse de memoria. Su «aleccionamiento» negacionista me dejó tan conmocionada que ni siquiera reaccioné cuando, algo después, nos hicieron una entrevista para un periódico y repitió literalmente todas las ideas que yo le había expuesto un rato antes (sobre otro tema) como si se le acabaran de ocurrir a él. Todo, negacionismo y plagio, en mi cara, con una desfachatez que todavía me horroriza. Obviamente, él ha prosperado (medrar, lo llamaría Cervantes) más que yo desde entonces. Luego reflexioné. Pensé en aquel sujeto como heredero de una vieja tradición antijudía española que consta hasta en «El mío Cid»: Raquel y Vidas, judíos, prestaron dinero a Rodrigo Díaz, que necesitaba metálico. A cambio, el Cid les dio como garantía unos cofres llenos de «piedras preciosas, oro, plata». Los judíos confiaron en el Cid, pero los cofres estaban... ¡llenos de arena! Don Rodrigo los estafó, y eso producía mucha risa en una época en que la mayoría detestaba a los judíos, prósperos «asesinos de Cristo». Y así, desde entonces... hasta ahora. Descubrir que alguien «cultivado» era negacionista, me dejó aturdida. Yo suponía que solo los ignorantes, los necios o los interesados podían negar el Holocausto. Nunca se me habría ocurrido sospechar que mi ilustre colega podía pertenecer a alguna de las tres categorías. O a todas ellas.