Opinión
Privilegios
Hace poco, el actor nacionalista Toni Albà expresó por Twitter su deseo un tanto enfermizo de que Inés Arrimadas fuera la meretriz de Cataluña. Dada la absoluta imposibilidad de una propuesta como esa, el primer secretario del Partido Socialista de Cataluña, Miquel Iceta, para que Albà no sufra, no ha dudado esta semana en ofrecerse él mismo como Ramoiceta. Este juego de palabras no se entiende si eres de fuera de Cataluña, pero simplemente adapta un dicho regional que describe la práctica catalana de poner velas a todos los santos y huevos en todos los nidos. Pedro Sánchez querrá convertirse en el próximo centrocampista y esconderá el balón todo lo que pueda, pero el bonito embolado catalán seguirá emergiéndole por todas partes. Lo espinoso de ese tema para Pedro Sánchez es que básicamente se trata de una cuestión de privilegios. Y cuesta mucho convencer a nadie de que eres de izquierdas y defiendes la igualdad cuando uno de tus lugartenientes está pidiendo privilegios para los suyos. Si alguien pide indultos previos para los políticos que puedan haber violentado el código penal, lo que está haciendo es pedir una ley privada para ellos (pues esa y no otra es la etimología de la palabra «privilegio»). El resto de los ciudadanos, cuando delinquen, no disponen de ese trato especial y, en un estado democrático, todos deberíamos ser iguales ante la ley. Del mismo modo, si alguien pretende también marcar el porcentaje obligatorio desde el que se debería satisfacer al soberanismo, debería comprobar primero que esa cifra sea igual a la necesaria para cerrar la cadena TV3 (la principal herramienta de propaganda del nacionalismo) sino superior, porque el tema es más importante y de más alcance para las generaciones venideras. Lo contrario sería, de nuevo, otorgar privilegios injustos.
A veces será la incontenible locuacidad de Iceta y su jocunda tendencia a, en cuánto ve un charco, meterse en él de cabeza y chapotear a conciencia. Otras veces será el ministro de Exteriores, Josep Borrell perdiendo la paciencia mientras exuda condescendencia. No faltará tampoco algún episodio del president de la Generalitat, Quim Torra, con su serie «Psicodrama en la Guardería». Pero, de aquí al próximo 28 de abril –queda exactamente un mes– para desgracia de Pedro Sánchez, se va a visualizar muchas veces el tema catalán. Aparecerá además con esa clara iluminación de poner precio a unos privilegios. Y si el socialismo acepta privilegios deja de ser socialismo. No sé si eso le costará necesariamente muchos votos al Partido Socialista en las urnas. Hay que pensar que, si la sucursal catalana de los socialistas contempla los privilegios como posible camino para recomponer la convivencia, se podrán decir muchas cosas de sus votantes, pero desde luego no que sean de izquierdas. Si Esquerra Republicana también exige primero los privilegios para prometernos luego una supuesta, subsiguiente y aplazada justicia social habrá que reconocer que resultan igualmente muy sospechosos. ¿No será que este país está lleno de tradicionalistas y conservadores defensores de privilegios? ¿Y que una parte de ellos gustan de posar como izquierdistas, solo de boquilla, por la vana coquetería de parecer modernos? A ver si va a resultar que no hay tres derechas, sino un montón de ellas. Y que su extensión se pierde para la vista en un horizonte infinito lleno de chalets en Galapagar. Aquí es que hay sitio para todos. Lo paradójico es lo de Pedro Sánchez: tanto inmovilismo que le reprochó a Mariano Rajoy y ahora resulta que en campaña, con este tema, solo sabe no hacer olas y quedarse tan quieto como un Tancredo. Yo estoy seguro de que, en nuestro país, hay mucha gente que quiere ser de izquierdas. Pero hay que reconocer que la propia izquierda española se lo pone muy difícil.
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