Opinión
Ferlosio
Murió Rafael Sánchez Ferlosio. Una escuela de escritura. Una inteligencia anfetamínica. Un cabreo monumental. Renegó de las novelas por honestidad. Odiaba con la pasión del enamorado. Detestaba la tauromaquia, el deporte, la publicidad, la política. Aborrecía porque amaba, claro, y porque la realidad estimulaba sus antenas de cronista avizor. Todo podía inspirarle un manotazo de folios como avispas. Un pecio de frases cosidas a navajazos de electricidad y ternura. El nacionalismo catalán y sus boinas sentimentales le provocan un hartazgo indecible. La obsesión contemporánea por el placer y este administrarnos 24/7 las grageas del ocio le provocaba un comprensible estupor. Presumía, pero poco, pues fardar no era lo suyo, de acumular saberes enciclopédicos en cuestiones dispares. No sé si escribió sobre, pongamos, la cobra de anteojos. Tengan por seguro que si en algún momento llegó a interesarse por el ofidio habrá legado alguna pieza digna del herpetólogo más eminente. Fue hijo de Sánchez Mazas, uno de los prosistas de la Falange, por decirlo con Umbral. Era hermano de un cantautor irremplazable, Chicho, y de un matemático, Miguel. Marido de una de las grandes escritoras españolas del siglo XX, la inolvidable Martín Gaite. Amigo de otros escritores igualmente esenciales, como Aldecoa. Autor de una primera novela, «Industrias y andanzas de Alfanhuí», borracha de imaginación y vuelo poético, y una segunda, «El Jarama», muy celebrada en su momento por Cela y que trajo la modernidad a las letras españolas. Ya digo que escapó de la ficción, que corrió a refugiarse en la gramática, transformada en sacerdocio y tabla de entrenamiento y que volvió apuesto y fulgurante, como una suerte de samurai de Kurosawa que hubiera entrenado entre la nieve y los cerezos para disparar una turbadora constelación de ensayos. «Campo de Marte 1.», «La homilía del ratón», «Vendrán más años malos y nos harán más ciegos», «La hija de la guerra y la madre de la patria, God & Gun»... Cité antes a Umbral y a Cela pero estaba mucho más cerca de Hortelano y Benet. Quedará como el más radical y hasta puede que el más moderno. Antirretórico, erizado y urgente, desde la proustiana contradicción de sus monumentales hipotaxis provocaba en el lector una sensación entre familiar y marciana. Tuvo la delicadeza de tomarnos por mucho más listos de lo que somos. Algunos nunca se lo perdonaron. En puridad exigía mucho menos de lo que daba.
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