Opinión

El pueblo oscila

Estos días han coincidido varios políticos a la hora de ponerse a afirmar que ellos eran el pueblo. Ya hace tiempo, desde Luis XIV, en época de monarquías absolutas, que no se oían afirmaciones de este tipo. Tanto Pablo Iglesias como Quim Torra, cuando han querido usar de algún modo tal expresión para justificarse, sin duda ignoraban el excelente libro de Enrique Krauze titulado precisamente «El pueblo soy yo» que analiza la tendencia a los caudillajes populistas en la Historia de América Latina.

Hoy en día, intentar convencer a la gente de que uno posee características tan taxativas como esas ya no es tan fácil. El poder depende de forma creciente, cada vez más, de la comunicación social y la informática hace posible un grado de manipulación de los medios antes inimaginable. Eso lo ha sabido leer mucho mejor Puigdemont que su muñeco de madera. La batalla por la libertad de las próximas décadas veremos como va a centrarse no tanto en las urnas sino en las oportunidades de contrastar correctamente las informaciones. En un panorama tan cambiante, es posible que muchos de lo viejos conceptos resulten inservibles. «El pueblo» puede que ya sea una abstracción tan poco operativa como «El capitalismo». Da la sensación de que muchos de los votantes prefieren verse a sí mismos más bien como «La gente». Todas son abstracciones lingüísticas de una realidad, pero esta última es más difusa, más flexible, más mestiza, de fronteras más difuminadas y más ondulante; es decir, probablemente más real.

¿De qué manera se enfriará y cristalizará todo esto? Por ahora, parece que con una mayor fragmentación política en clubes, cofradías y partidos. Las estadísticas muestran que cada vez será más complicado conseguir mayorías absolutas sin recurrir a pactos. Las sumas aritméticas de esas mayorías ni siquiera se ven venir del todo, porque la indecisión del votante dura hasta el último minuto de las campañas.

Nada es estable y definitivo. Tendremos que acostumbrarnos a ver como las cosas progresan y, a veces, retroceden durante un rato. Hasta los avances feministas en conciliación y brecha salarial tendrán que soportar y resistir el contraataque de la mujer florero.