Opinión
El retablo de Maese Pedro
Según publicaba La Flaca, en octubre de 1870, «España es una venta donde se come», lo decía por los políticos de entonces; claro que está afición de nuestros dirigentes supera todo marco temporal. España tiene vocación de «venta» desde hace siglos, ya se reflejaba magníficamente en la obra cervantina y ahora, en cuanto suenan los clarines electorales, más. A la llamada de éstos aparecen, inevitablemente, los rebuznadores, pero no dos como entonces, sino un número muy superior. Acuden también variados tipos de gente y, desde luego, numerosos «quijotes»; trasuntos espúrios del Caballero de la Triste Figura; disminuidos en todo, menos en sus afanes declamatorios autoproclamándose desfacedores de entuertos. No importa que la mayoría de la población manifieste escaso entusiasmo por ellos; en especial por algunos que ya han acreditado su incompetencia sobradamente.
En tales circunstancias, las gentes asistirán, en la venta, a diversos espectáculos, más o menos graciosos, pero ninguno tan alucinante como el ofrecido por un sujeto vestido de camuza, medias, gregüescos y jubón. Un personaje que llamaba la atención pues tenía «el ojo izquierdo cubierto, y casi medio carrillo, con un parche de tafetán verde». Todo muy cuidado: izquierdo (izquierda en el inclusivo); carrillo (de reminiscencias santiaguinas); parche (a lo Morgan) y verde (de ecologismo enragé). No le faltaba detalle. Lo peor es que todo aquel lado, escribía Cervantes, debía estar enfermo. Así se entienden algunas cosas.
El protagonista, con el paso del tiempo, bien podía sustituir para la actuación las anteriores prendas de vestir por unos vaqueros chic (sin llegar a lo Zidane) con chaqueta y camisa, entre pueblerina y cara. Los complementos gafas oscuras en lugar de parche; crema protectora y maquillaje, mucho maquillaje. Pero lo demás vale igual.
El famoso titiritero lleva consigo un mono de rara habilidad, cuya tarea consiste en subirse, de un salto, al hombro de su amo y simular que le dice al oído la respuesta a lo que Maese Pedro le pregunta. Aunque ya advertía éste que «el animal no responde de las noticias de las cosas que están por venir; de las pasadas sabe algo y de las presentes algún tanto». Aún así tal prodigio causaba y sigue causando admiración.
En fin, la ocasión la pintan calva o calvo, según el «ignarolingüismo» que se pretende imponernos, y los reunidos en la venta se aprestaron a asistir al espectáculo. Los elementos básicos de la función eran y siguen siendo Maese Pedro, aunque con otras apariencias: el mono adivino y los títeres del retablo. En un confuso ejercicio «darwinesco», Maese Pedro es el mediador elegido por las bases para comunicar la sabiduría del mono a los humanos. El simio (ahora también simia) se supone que responde al titiritero acerca de las más raras materias: catalano-separatismo; Gibraltar; deuda pública; déficit presupuestario; educación (es un decir); pensiones, ... hasta animalismo ... y, particularmente, demoscopia electoral. Claro que salvo de esta última Maese Pedro no dice ni pío, o, a lo sumo, transmite algunas monadas menores, lo que es peor.
Los pocos españoles que leen, o escuchan, los programas de los diversos partidos políticos, especialmente alguno de ellos, se quedan tan perplejos, ante no pocas de sus propuestas, como los asistentes a la representación de Maese Pedro (la cervantina y la de ahora): pasmados, atónitos, absortos, suspensos, abobados, confusos, ... (cada uno según su saber) y todos espantados. Bueno, menos los votantes viscerales, que no se inmutan y permanecen admirados. Debe ser por lo del mono.
Con todo puede que algunos tengan menos miedo a la evidente falsedad del embaucador, que recelo a que, de verdad, intente llevar a cabo lo que promete; cosa improbable y terrible. Pero nunca se sabe y ya tenemos pruebas de que una estancia cuatrienal, en la venta de la Moncloa, parece justificar todo desatino.
Acaso lo único bueno es que, en esta representación de títeres, se recuperan viejos oficios porque superan a sus versiones actuales. Comparen si no al Trujaman con el relator; o a don Gaiferos con Torra, en el papel de libertadores de Melisenda y la Cataluña separatista, respectivamente; ambas hijas putativas de Carlomagno. No hay color. Incluso Teresa Panza, traída a colación por su marido, resistiría la comparación con cualquier gobernante populista, decidido como ella, a no dejarse malpasar aunque sea a costa de sus herederos.
El retablo de Maese Pedro acabó con los títeres sin cabeza y el mono huido. Aquel estropicio le costó a Don Quijote cuarenta reales y tres cuartillos, más dos reales por el mono. Pero cuando trataron de cobrarle más se resistió, por lo que Maese Pedro vio que «izquierdeaba» demasiado y desistió. Me temo que ahora los españoles habremos de pagar mucho más por el despilfarro populista y electoralista, a la conquista del poder cueste lo que cueste. ¿Dónde va un país con un sector público como el nuestro, ineficiente, hiperdimensionado e insostenible, a todas luces, a medio plazo, y un gobierno con el dogal del separatismo al cuello?
Habrá que preguntárselo al mono, una vez recuperado, antes de que pierda su virtud adivinatoria, o que Maese Pedro empiece a aplicarse a sí mismo lo que decía al Trujaman: «Llaneza muchacho no te encumbres que toda afectación es mala». Y peor a cualquier precio.
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