Opinión
Epitafios
Marin le Roy de Gomberville, escritor francés del siglo XVII, fue un excéntrico que sumaba la cualidad de maniático a su original personalidad. Se propuso objetivos vitales que rozaban más el absurdo gramatical –como perseguir con saña el uso de la palabra francesa «car», que consideraba harto inconveniente, nadie sabe por qué...–, que cualquier empeño existencial. Su epitafio es, sin embargo, un prodigio de sincero desapego de las futilidades del mundo: «Mi nacimiento pasó inadvertido, y mi muerte más todavía...». Fue también premonitorio: efectivamente, a nadie le importó un pimiento que desapareciese para siempre. Había reformado, en alguna medida, la novela francesa, al añadirle intriga y descripciones de paisajes geográficos, dándole una animación inaudita a la narrativa gabacha. Pero su figura fue ignorada. Igual que la de todas las personas anónimas que vivieron y murieron en su tiempo.
Por no hablar de sus antecesores y/o sucesores... Hasta que, hace quince años, inventaron las redes sociales, dispuestas a convertir a cada uno de los componentes de la humanidad en protagonista de una historia famosa. Siempre que disponga de wifi y una cámara de fotos móvil para poder publicar instantáneas de todos los actos corrientes y molientes que realiza a diario. Desde desayunar a hacer el tonto al borde de un acantilado. Las redes sociales se han convertido en el verdadero instrumento democratizador, por encima del sistema de organización del Estado que denominamos «democracia» (más o menos liberal). Y es que, en Occidente, donde todo es un derecho, y nada un deber, el principal deseo, la mayor aspiración, es esa: la relevancia. Destacar por encima de los demás. Un objetivo difícil de cumplir, porque somos muchísimos. Y contando...
Nunca antes la Tierra había sido pisada por tantos humanos a la vez (pisoteada, más bien). Todos especiales, y especialmente ansiosos por dejar clara nuestra singularidad entre la masa informe a la que pertenecemos. Queriendo alcanzar la inmortalidad. Contar una historia diferente con fotos coloreadas por filtros asombrosos que borran el acné y nos transforman en bellezas imposibles, mentirosas. Ignorando las conclusiones de Saladino, rey moro que conquistó Jerusalem y dejó también epitafio: «El Señor de toda Asia, de cuantos reinos y riquezas adquirió en vida, no se lleva a la tumba más que esta mortaja». Nosotros, tampoco nos podremos llevar los selfies.
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