Opinión

Mátame, camión

Fuera de nuestra región, resulta difícil entender a qué obedece esa vocación de mártir, de inmolarse, que caracteriza cansinamente a los últimos representantes políticos catalanistas. La respuesta es tan simple y sonrojante que, probablemente por eso, ha resultado impensable en regiones más activas y realistas que la catalana. Esa vocación sobrevenida encuentra su origen, por supuesto, en la mera y pura incapacidad.

Mas, Puigdemont, Torra no han sido capaces en ningún momento de organizar mínimamente la región y poner un poco de acuerdo a la pluralidad de sus gentes. Esa incapacidad mezclada con el orgullo y la suficiencia (costumbres sociales muy catalanas) crea un dañino panorama psicológico. Los autolaureados próceres, constatando hasta qué punto han ido de error político en error, de metedura de pata en metedura de pata, se ven enfrentados al ridículo cósmico y eterno de cara a las próximas generaciones. Aterrorizados ante ese panorama de señalamiento histórico, solo encuentran una salida para salvar la cara frente a la posteridad: intentar hacernos creer que han leído tan mal la realidad política no porque sean unos inútiles, sino porque son hombres de convicciones férreas que han querido llevarlas hasta el final para que nadie les pudiera acusar de no ser coherentes. Desde luego, aquí en Cataluña nos pierde el qué dirán.

A poca reflexión, se ve enseguida que esa coherencia es un cuento, ya que, cuando pudieron, no mandaron a la policía autonómica para pusiera en libertad a sus golpistas. Al final, cuando a solas consigo mismo el protagonista ve el ridículo metafísico que ha hecho con su cargo y con sus textos, no es extraño que se planteé salir a la carretera para tirarse ante el primer camión con forma de Junta Electoral que pase. El pobre Quim Torra ha sido el más damnificado por estos fenómenos. Sobre él se ha volcado toda la suciedad y la porquería del déficit democrático cultivado por sus predecesores. ¿Y quién quiere ser inodoro en esta vida? Entre trabajar de orinal o pasar a la posteridad como supuesto mártir, no hay ser humano que dude ni un segundo. Los dos son destinos vejatorios y ridículos, pero el segundo duele menos.