Opinión
Acoso
No sé qué dirán las estadísticas al respecto, esas que suelen poner la flecha sobre la verdad desnuda de los números, que hoy día equivalen a los puros hechos. La impresión que yo tengo es que el acoso escolar ha aumentado desde que existen las redes sociales. Toda una generación de niños, que lo sufre, no ha conocido otra cosa. Son críos que no saben lo que es vivir sin correr el peligro de que les puedan hacer una foto humillante que luego será compartida por compañeros, amigos... y cualquier extraño conectado a una red de vínculos y enlaces potencialmente tan inmensa como el mundo. Son muchachos que están madurando ante los espejos de ese Callejón del Gato Electrónico que es Internet. La experiencia es tan intensa como escalofriante, y nadie los ha preparado para afrontarla, para sobrevivir a sus consecuencias. Antes, el acoso se quedaba en el colegio, en el sitio donde estuviera el abusón, o la pequeña torturadora de patio de escuela. El acoso terminaba cuando el niño sometido a presión enfilaba la puerta del colegio y se largaba a casa. Detrás de la valla del centro educativo se quedaba el miedo, junto con el tarado ansioso por molestar y mortificar a un compañero más débil, tímido o acomplejado. El acoso, antes de internet, la mayoría de las veces se agotaba pronto, nacía y crecía rápidamente para luego morir con igual diligencia, dado que el acosador no tenía público que jaleara sus maldades, y no se sentía demasiado estimulado para continuar con sus repugnantes vejaciones. Solía tratarse de un asunto entre dos, acosador y acosado, que incluso podía confundirse con «cosas de la edad». Esto ocurría en un tiempo en que, además, los profesores gozaban de respeto, por parte de los alumnos y de los padres, del Ministerio y de la sociedad en general. Hoy, los profesores ya tienen suficiente con tratar de salir indemnes, ellos mismos, de su difícil cometido diario, sin sumar más problemas. Y el acoso está presente 24 horas. El acosado no puede ponerle fin yéndose a casa: internet está activo siempre, y para siempre. La humillación se multiplica así, hasta resultar insoportable para la criatura que la sufre. Y los planes de estudio ofrecen mucha educación sexual y poca, o nada, educación cívica.
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