Opinión
Suspense
Anda de aquí para allá Theresa May por Europa, hablando con unos y otros, para ver si esto del Brexit tiene arreglo. Los medios están pendientes de sus idas y venidas entre gran suspense.
Pero ¿de qué suspense estamos hablando? Si todos sabemos perfectamente que los ingleses van a salir de la Unión Europea. Tardaron cuarenta años en decidirse a entrar del todo y se van a pasar otros cuarenta años a vueltas con su salida. Basta ver los artículos costumbristas que escribía Auberon Waughn en los setenta para entender la curiosa mentalidad de gata Flora que siempre ha cultivado la opinión pública inglesa con respecto al continente. La pregunta (que no es suspense sino un problemón) es cómo van a hacerlo. Cómo vamos a hacerlo todos: ellos (los ingleses) y nosotros (la unión). La única buena noticia es que todo indica que este desafortunado proceso ha servido para reforzar la UE. Porque ahora ya se puede decir sin llamar al mal tiempo pero, cuando Cameron se metió en la mamarrachada en que se metió, no estaba tan claro que aquello no fuera a destrozar la Unión Europea. Existía un peligro real de contagio indiscriminado que hiciera volar por los aires la cohesión del sistema. Una posibilidad de descontrol similar a cuando terminó cayendo el muro de Berlín por un bendito y puñetero malentendido.
Han pasado ya tres años después de que Cameron la liara por su torpeza y, afortunadamente, la UE sigue ahí con una posición muy clara ante la marcha de los británicos. Los intentos de May de poner de acuerdo a tal multitud de factores son trabajos para un Hércules de frac. Gran Bretaña saldrá poco a poco, a trancas y barrancas, y luego (no se lo pierdan) seguro que volverá a querer entrar. Porque fuera de la UE hace mucho frío. Puede que todo esto sirva para que nos demos cuenta los europeos del desastre que supone funcionar políticamente por referendos. Por eso es muy importante en todas estas iniciativas dejar abierta una puerta de reversibilidad fácil y practicable. Para que, cuando la opinión pública se dé cuenta de que la cosas no eran cómo se las contaban, pueda echar marcha atrás sin demasiados desperfectos. Y reclamar a sus políticos, por supuesto, más honestidad comunicativa.
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