
Opinión
Nuestra
Arde París. Arde la historia. La catedral de Notre Dame devorada por las llamas es un estremecedor espectáculo –otro más– de esos que marcarán un hito. Tantos símbolos están cayendo en este siglo XXI... Nuestra Señora de París siempre ha sido uno de los templos más hermosos del mundo. (De nuestro mundo, quiero decir. Del mío, por lo menos). Notre Dame es eso: nuestra. Encarnación de una historia cuyo esplendor se reduce con ella a cenizas. No parece casual que un incendio rápido haya destruido una obra que costó siglos terminarse. Porque Notre-Dame es de cuando las construcciones duraban cientos de años. Un empeño colectivo de civilización y de gloria (divina, pero sobre todo humana), que empleaba a varias generaciones de las mismas familias, dedicadas al oficio de las piedras, la madera, el metal, el vidrio... Una catedral cristiana cuya silueta resulta familiar en el planeta entero. Tan hermosa que puede cortarle el aliento a un sencillo turista de pueblo mediterráneo de la misma manera que impresionó a Victor Hugo. Me pregunto, después de que el incendio rugiera violento, tiñendo de oscuras heridas de humo los cielos de París, qué habrá sido de sus gárgolas y rosetones, de los soberbios conjuntos escultóricos, del portentoso órgano, de la imponente figura de Juana de Arco, la niña campesina valiente que venció a un ejército extranjero. Sí ya sé que son demasiados adjetivos juntos: «soberbios, portentosos, imponente»... Grandilocuencia, sí. También simple descripción objetiva. Matemática gramatical de la belleza, del sentimiento. Todas esas calificaciones acuden a la punta de la lengua en cuanto se vislumbra Notre-Dame. En vivo, o en el recuerdo. Gótico de quimeras y de estirges. Lugar de peregrinación del turismo de masas mundial, al que se había rendido. Pese a ser una perla demasiado delicada para tantos ojos, tantas manos, tantos pies... Símbolo de la resistencia contra el Tercer Reich. Ha sufrido incontables agresiones y reconstrucciones, como el mismo viejo y cansado continente, en cuyo corazón se levanta. La pregunta es: ¿cómo se ha producido esta estúpida catástrofe, quién es responsable de «esto»? Y, ¿será una metáfora de lo que está ocurriendo con la propia Europa que, mientras los encargados de su cuidado dicen que tratan de rehabilitarla, entre unos y otros la van desgastando, lastimando sin remedio...?
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