Opinión

Variedad

En «Vivian Grey», escribió Disraeli que la variedad es la madre de la diversión. El estrafalario líder de la «Muy leal Oposición de Su Majestad» y tres veces ministro de Hacienda en el Reino Unido durante el siglo XIX, descendiente de judíos sefardíes expulsados de España en el siglo XV, a pesar de su sagacidad, se equivocaba totalmente: porque la variedad significa, sobre todo, una gran confusión que puede desembocar en parálisis. O eso ocurre en nuestros tiempos. En los suyos, decimonónicos –en los que primaba la escasez de todo, incluso para los ricos– la variedad era, desde luego, deseable y hasta entretenida.

Sin embargo, en la época actual, donde la variedad es multiplicidad, cuerpos diversos incontables, oferta inconmensurable, la variedad puede llegar a ser un obstáculo, una trabadura, un escollo existencial, dado que hace perder mucho tiempo, y... otras posibilidades. Tenemos tanto de todo, que nos marea la sola idea de pensarlo. La abundante oferta no es solo material, sino de cualquier tipo. Espiritual, sentimental, cultural... Por eso, ni siquiera los pobres se libran de sufrir las consecuencias del exceso patológico, de la variedad y abundancia contemporáneas, que inundan todos los ámbitos de la vida. Algunos «millenials» confiesan que no son capaces de elegir pareja porque, acostumbrados a utilizar «apps» de contactos «on line», que les ofrecen cientos, miles o millones de posibilidades de mantener relaciones –sexuales, amistosas, románticas, platónicas...–, no consiguen decidirse por una sola de ellas, y mucho menos comprometerse durante demasiado tiempo.

De alguna manera, elegir una cosa es perderse un montón de otras diferentes, quizás... ¿mejores? Pero la variedad ha llegado también a la política. Hasta hace poco, los votantes españoles solo tenían el turnismo bipartidista para escoger. Y un par de opciones más, como mucho. Ahora, ya no hay izquierda y derecha: el plural ha invadido el panorama electoral. Lo vario, lo diverso, nos confunde. Ahora hay izquierdas y derechas. También los nacionalismos regionales han generado independentismos. La escogencia se hace difícil, porque además, cualquier opción puede ser viable. Acostumbrados a seleccionar con un simple «click», incluso se nos puede deslizar el dedo y elegir –ya a pie de urna–, a última hora, y por equivocación. Lo cual, por lo menos, nos evitará el exasperante trabajo de la selección. Que destroza los nervios.