Opinión

Banal

Desdémona, personaje de Shakespeare, es un modelo de mujer universal que ha atravesado los siglos permaneciendo vigente hasta la fecha. Una joven y bella enamorada, víctima de la maledicencia y los celos. Está casada con el moro Otelo. Mientras que Yago vive devorado por la envidia a causa del hermoso amor que Desdémona siente por su marido, de modo que envenena a Otelo con la pócima terrible de los celos, hasta que éste asesina a Desdémona... Es preocupante ver cómo ese fatal triángulo clásico se materializa todavía en las relaciones de jóvenes adolescentes que –en algún caso relatado por la crónica de sucesos últimamente– puede derivar en tragedias de sangre como la de Desdémona. Aunque Shakespeare escribió «Otelo» en 1603 y, desde entonces, parecía que habíamos aprendido algo respecto a las relaciones sentimentales y la violencia. Europa en su conjunto hizo un enorme esfuerzo civilizador, que duró siglos, para erradicar la violencia. Pero las nuevas tecnologías, que han supuesto un cambio revolucionario en la manera en que nos comunicamos, son el instrumento a través del cual la violencia rebrota con fiereza entre la juventud. Aumentan el acoso escolar, el número de menores encausados por violencia de género, el sexting y el cibercontrol (que no son todavía tipos penales), el maltrato psicológico, la «normalización» de la violencia de género como parte «esencial» de las relaciones sentimentales, la tolerancia de actitudes machistas, el chantaje emocional, el insulto, la humillación y la idea de que todas esas conductas que dábamos hasta hace poco por reprobables, tóxicas y brutales, son parte «inevitable» del amor. Novelas que glorifican «amores que matan» y se convierten en fenómenos editoriales, canciones, posts, youtubers cañeros, porno duro, poemas de chichinabo tuitero que ensalzan la mala vida sentimental, phubbing, programas de televisión vomitivos que transforman en héroes y heroínas a auténticos tarados, o petardas ultramaquilladas, salidos del túnel del tiempo, películas y actitudes misóginas «a la moda»... todo genera mitologías poderosas que envían a niños y adolescentes el mensaje de que ser violentos en sus relaciones es «normal», emocionante, triunfador. Se entroniza lo rudo y trágico, se banaliza la violencia. El crimen resulta común e intrascendente, una simple y vulgar parte del vídeo-juego de la vida, donde la sangre chorrea, salpica la pantalla... y no importa un pimiento.