Opinión

Otorgar el poder

Hoy debe haber gente satisfecha y gente decepcionada. Gente contenta y gente enfurruñada. Los estadísticos van a hacer sus sumas con los resultados electorales mientras los demás nos ocuparemos en imaginar prospecciones de futuro. Para calmar tanto la euforia de los vencedores como la decepción de los perdedores, vale la pena recordar que lo que hicimos ayer se llama democracia. No se trata de una competición, sino unas elecciones y lo primero es felicitarse por ser capaces de ponernos de acuerdo para organizarlas.

Una votación sin trampas, con leyes iguales para todos, es un homenaje a la voluntad de ser libres. No es como un partido de fútbol por mucho que todos quieran que gane el equipo local. Los candidatos compiten por el voto de los gobernados, pero la finalidad no es la disputa en sí misma sino escuchar el mandato de estos últimos y formar con él el corpus de los legisladores. Esa es la ventaja que tiene lo que hicimos ayer sobre las interrogaciones maniqueas de sí o no, o sobre las asambleas primitivas. Si no funciona, siempre tiene la ventaja de que es reversible porque antes de cuatro años habrá otras elecciones. El necesario equipaje obligatorio que viene con ello son los burócratas y las juntas electorales (sean de zona o centrales); es decir, gente que nos dice lo que podemos hacer y lo que no. Pero si algo nos aleja verdaderamente del hombre de las cavernas es el hecho irrefutable de que ni en Altamira ni en ninguna pintura rupestre se retrata un colegio electoral.

Por tanto, como decía Abraham Lincoln, no seamos enemigos. Que las pasiones administrativas no cieguen nuestros afectos. El honor de ayer no pertenece a los candidatos, sino a la gente que fue a votar. La democracia no es una actividad de espectadores sino de participantes. Sin su voto, no habría democracia. Los votantes son su fundamento. A ellos, independientemente de lo que hayan elegido, recordarles simplemente que lo que hicimos ayer al introducir nuestros decisiones en las urnas fue, en el fondo y como siempre, dar entre todos un buen directo en la mandíbula a esos dictadores, autócratas y totalitarios que todavía quedan en este globo terráqueo.