Opinión

La opción burguesa

Las generales en Cataluña se han resuelto con un millón de votos independentistas para ERC y otro millón de votos no independentistas para los socialistas. Ciudadanos ha aguantado bien el tirón, ha subido setenta mil votos con respecto a las últimas generales en la zona y mantiene su medio millón de fieles del núcleo duro. Lo más llamativo es observar de dónde procede el voto urbano de ese millón de independentistas de ERC. Por ejemplo, en la ciudad de Barcelona –que reúne a la mitad de la región– los sufragios para ERC proceden de los barrios con mayor poder adquisitivo. Han ganado donde vive mayoritariamente un perfil de votante cuya horquilla de ingresos mensuales va de los 1.800 euros a más de cuatro mil. En los barrios barceloneses donde la gente tiene más problemas para llegar a final de mes, la proporción de independentistas cae geométricamente. Queda claro que ERC va a ser la próxima Convergencia i Unió. Resulta difícil creer que, con ese tipo de usuario, ERC sea verdaderamente de izquierdas.

Para sortear esa engorrosa contradicción de anteponer desigualdades y supremacismos a su supuesta preocupación social principal, ERC lleva años adhiriéndose a varios de los tópicos del maquillaje pujolista. Son estereotipos del estilo de una solidaridad meramente teórica o la imaginaria existencia de unas fuerzas nacionalistas de progreso (como si el nacionalismo no fuera ya, en el siglo XXI, un sinónimo de atraso, lo más contrario a cualquier progresismo). Han inoculado esas superficialidades poco a poco en su ideario para halagar al burgués conservador que desea tanto privilegios egoístas como calmar su mala conciencia con patinas externas de civilización y buenismo. Aspiran a instaurar la simulación, cosmética y exterior, de ser de izquierdas mientras defienden y se convierten en la herramienta de la burguesía catalana, un buen mercado de votos en una región rica. Al igual que Omnium, que ya apenas se preocupa de los temas culturales centrándose solo en la política, ERC se parecerá cada día más al PNV o CiU, pero por esa importancia estética no cambiarán de nombre. Irán a misa, como Pujol y Junqueras, con la vista puesta en la cuenta corriente. Pero como la estética resulta siempre inesperadamente delatora, Rufián y Abascal empiezan a mostrar, cada día más, razonables parecidos: ambos anchetes pero ceñidos en indumentaria, ambos también barbados y ceñudos. Ya lo decía Valverde: toda estética transporta su correspondiente ética.