Opinión
El relevo del relato
Una cosa es la Historia humana y otra su relato. El relato histórico dominante lo escriben los que mandan. La Historia sigue su curso a su aire, empujada por iniciativas de la gran mayoría de individuos. Una de las mejores características de la democracia es que permite a cualquiera impugnar el relato histórico dominante sin necesariamente tener que acabar a causa de ello muerto o en la cárcel. Lo cual no quiere decir que esa impugnación no esté gravada también por algún tipo de precio social.
Quizá a causa de ese precio, todos estos días se está evitando, en Cataluña y más concretamente entre el soberanismo, valorar hasta el final la principal noticia de este último 28-A para el mapa nacionalista. Se trata de un hecho histórico: la trituración electoral definitiva de Convergencia por parte de ERC. Ambos partidos llevaban compitiendo por el trono del regionalismo tradicionalista desde que empezó el siglo. ERC se presentaba a sí misma como el relevo necesario para las esencias patrióticas regionales desde mediados de los noventa del siglo pasado. Su relato era que el poder había corrompido a Convergencia y que no estaba mal perseguir el soberanismo a través de él, pero que su negocios sucios no eran el camino e iban a perjudicar la autoridad moral necesaria entre la población para conseguirlo. Esa autoridad moral tomaba enseguida forma de supremacismo (esa pantanosa zona fronteriza entre las buenas intenciones y la suficiencia) y esas cosas Convergencia sabía manejarlas muy bien. Presentaba siempre a los de Junqueras como unos pardillos que no sabían conducirse con el poder y el votante nacionalista parecía pensar igual, porque lo cierto es que ERC partía siempre como la eterna promesa, pero luego el votante nacionalista no acababa de darle su entera confianza.
En las últimas generales, ERC ha conseguido el doble de escaños que los restos del naufragio de Convergencia, pero lo importante además es que los ha conseguido en los principales feudos donde habitualmente estos últimos ganaban. Obviamente, es una noticia desastrosa para los ex-convergentes, pero en cierto modo también embarazosa para los republicanos, en la medida que los delata claramente como nueva herramienta de la burguesía regional. Por eso, están esforzándose en intentar ocultar o hacer olvidar el origen de sus votos, buscando desesperadamente cualquier pequeña estadística que indique que los socialistas han crecido también en esas zonas. El relato sería nada menos que «en Cataluña, la burguesía es de izquierdas», porque somos tan modernos y avanzados que tenemos la capacidad de generar los más maravillosos oxymorons. Lástima que luego –en medio del sueño bucólico– llegue Nuria de Gispert con sus tuits cavernícolas.
ERC sabe que debe abrazar decididamente a la burguesía si quiere consolidar su trituración del fantasma de CiU porque, al igual que pasó con Pedro Sánchez, la cabeza de Puigdemont asoma por diversas salidas de su madriguera de conejo, como si nunca se fuera a acabar del todo con él. Desde que, en 2012, Artur Mas practicó aquella fabulosa vía de agua en la bodega de Convergencia, su hundimiento ha sido constante e inexorable pero Torra y Puigdemont sin darse cuenta ya trabajan (al menos mental e instintivamente) en crear el Vox catalanista. ERC, a medida que avanza, va perdiendo su primer sustantivo por el camino, en la proporción que deja de obedecer a un votante realmente de izquierdas; está a punto también de poner en peligro su segundo adjetivo, cuando le toque elegir entre la razón o el azar. Lo que nunca va a dejar, para pena de los catalanes, es de ser, nos guste o no, de Cataluña.
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