Opinión
Gamada
La polémica que ha surgido estos días en Cataluña sobre la concesión de la Cruz de Sant Jordi marcará el horizonte intelectual del regionalismo en los próximos tiempos. Hay dos premios de honda significación catalana que son la Cruz de Sant Jordi y el Premio de Honor de las Letras Catalanas. En sus bases, ambos afirman que serán para quienes, aparte de su mérito profesional, hayan hecho algo por la región, por su identidad, en el plano cívico y cultural. Claro, el problema surge al pretender valorar qué es hacer algo por el lugar y quién hace más por él. ¿El pelota que lo halaga dedicándose solo a admirar sus músculos o el crítico que se dedica a corregir sus defectos?
¿Quien lo mejora más? Los sucesivos poderes fácticos regionalistas han resuelto la duda dando esos premios a gente que, ante todo, resultara poco crítica para con ellos mismos. Así se explica que Josep Pla, el principal escritor catalán del siglo veinte, no recibiera nunca el premio de honor de las letras o que la cruz de Sant Jordi la tenga, chocantemente, Ana María Matute, pero no nombres catalanes tan emblemáticos como Joan Manel Serrat, Loquillo o Sisa. Las objeciones a esta injusticia de los premios se centraban hasta ahora más en su escasez de colmillo crítico que en otra cosa. Por ejemplo, este año se premiaba a la Trinca, que fueron unos formidables profesionales del vodevil y la televisión, inquietísimos.
Pero llegaron en los años 60 con grandes pretensiones (decían que habían descubierto un remedio para salvar a la humanidad) y luego resultó que esa medicina se llamaba «Operación Triunfo», principal resultado de su productora Gestmusic. Premiar a la tele hortera como panacea sería una de esas controversias habituales pero, tras los twits de Nuria de Gispert designando como «cerdos» a sus contrincantes políticos, el giro ya es más grave. Porque la crítica no se dirige esta vez a la pertinencia de la decisión del jurado, sino a que lo merezca de verdad humanamente una de sus premiadas. Si no quieren convertir esa cruz en la Cruz Gamada de Sant Jordi y desacreditarla definitivamente, habrá que tomar una decisión. No olvidemos que Rosa María Sardá ya devolvió la suya en 2017. Podría marcar tendencia.
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