Opinión

Doblan las campanas

Toda muerte de nuestro entorno prefigura nuestra propia muerte. Cualquier desaparición de un semejante nos anuncia al fin y al cabo lo que somos y lo que dejaremos de ser. Más aún si se trata de una muerte prematura, como la que ha sufrido Alfredo Pérez Rubalcaba por un derrame cerebral cuando todavía no había cumplido siquiera los setenta años. Resulta casi simbólico que sea en ese órgano donde la caótica biología haya atacado esta vez, porque Rubalcaba fue una de las mejores mentes políticas de nuestras últimas décadas. Todo nuestro día a día en la historia reciente del país estuvo atravesado por decisiones tomadas por él en el desempeño de su trabajo.

En el siglo dieciséis, dijo el poeta inglés John Donne: «La muerte de cualquier persona me rebaja, pues estoy comprometido con la humanidad. Así pues, no preguntes por quien doblan las campanas. Están doblando por ti».

De estas líneas sacó Ernest Hemingway el título de la novela que decidió escribir sobre nuestra guerra civil y, si otro título puede extraerse de ellas como tributo a Alfredo Pérez Rubalcaba, es que estuvo siempre comprometido con la humanidad. Su grandeza como político reside en que comprendió con inteligencia que la función de un político consiste, por encima de todo, en convertirse en guardián de las leyes. Esa es la base del sistema democrático con el que nos hemos dotado y que nos ha traído en el último medio siglo una prosperidad general como nunca habíamos conocido. Es una manera de organizarse donde todas las decisiones son reguladas por leyes escogidas entre todos democráticamente con respeto a los derechos de toda la población.

Como señaló Robert Von Mohl en 1849 cuando inventó la fórmula, eso nos protege precisamente a la gente de posibles excesos del estado porque toda iniciativa debe estar sujeta al marco jurídico vigente y respetar el orden de las leyes.

Rubalcaba pensaba sin duda que las instituciones han sido el invento más civilizado de la humanidad y que había que ser guardián de ellas. Fue un vigía sobrio, inamovible, convencido de que, en democracia, no puede haber un poder superior a las leyes. Necesitaremos muchos políticos así. Cómo le vamos a echar de menos.