Opinión

Terror

Napoleón, que era hijo del Terror de muchas maneras, creía que no puede haber revolución sin terror. El terror es un sentimiento de miedo exacerbado, paralizante y dominador. Cuando el miedo se extiende por la sociedad, cuando deja de constituir el sentimiento aislado de algunos individuos para manifestarse como emoción colectiva, el terror logra su imperio. Se llamó Terror a un periodo de la Revolución Francesa (1793-1794), durante el cual los revolucionarios utilizaron al Estado como arma represora de la población, infundiendo un terror que tiñó las calles con el rojo de la sangre derramada. Fue una purga salvaje, aunque la leyenda histórica nos haya enseñado que de ahí surgió la democracia contemporánea, la igualdad... (En realidad, nacieron Napoleón y el imperialismo). El terror consigue agitar a las muchedumbres –Napoleón creía que así se logran los cambios sociales–, escuda sus crímenes en que pretende forzar cambios «justos» políticos o religiosos. Quizás exista una siniestra influencia de la Revolución Francesa –durante mucho tiempo injustificadamente mitificada por los historiadores que, deslumbrados por sus fines, han estado ciegos o sido poco ecuánimes en lo que atañe a sus medios–, que se deja sentir en el hecho de que Occidente, y especialmente Europa, excusara de alguna manera o fundamentara de forma vergonzosa los actos de terror por una (improbable) lucha del terrorismo por la libertad. Como si los terroristas estuvieran impulsados por el bien superior de la emancipación o liberación políticas y fuesen unos criminales con eximentes nacidas del seno de la razón. Como si la historia no avanzara y siguiéramos en 1789, y la violencia «natural, histórica», fuera la misma en el siglo XVIII que siglos después. Como si la Ilustración solo pudiera seguir un camino fatal, hasta un desenlace que siempre terminara en orgías de sangre, en cualquier tiempo y lugar. A partir de los años 60 del siglo XX, se construyó una aviesa ficción colectiva, muy potente, sobre «movimientos guerrilleros» y/o terrorismos de todo jaez, en España y Latinoamérica, que sembraban caos, dolor y rasgaduras sociales tan inútiles y espeluznantes como difíciles de reparar. Y todavía hoy existen quienes defienden a terroristas como siniestros héroes de una libertad de la que, en realidad, siempre gozaron y abusaron. Sin reconocer que su violencia ciega es, tan solo, simple atraso, pura estupidez.