Opinión

Consejos de timón

Siempre me ha parecido curioso que la palabra «consejo» pueda formarse con las mismas letras que (con perdón) la palabra «cojones». Sin embargo, ahora, después de ver cómo Iván Redondo ha ido aconsejando a Pedro Sánchez en estos últimos tiempos, empiezo a notar cierta consonancia escondida en esa casualidad: una especie de derecho a la coincidencia. Redondo es el Pochettino de los asesores y Sánchez su Tottenham. Han llegado a la final de la Champions a base de testarudez e insistencia. Sus últimas campañas electorales socialistas se han caracterizado por frecuentes iniciativas inesperadas y audaces. Algunas les salen bien y otras mal, caso este último en el que, sin sonrojarse, rectifican sobre la marcha rápidamente como si estuvieran inmunizados contra el sentido del ridículo. Este planteamiento desvergonzado, muchas veces incoherente, otorga gran importancia a los cambios y volubilidades del público que van registrando los sondeos; y también a la previsión de estrategias de largo plazo pensadas sobre los posibles equilibrios de votos de nuestro atomizado sistema político. Rivera y Casado ya quieren imitarle.

En cualquier caso, esas iniciativas sorpresivas han cambiado el transcurso de las últimas campañas, convirtiéndolas en algo mucho más imprevisible y compulsivo que antes. Han creado expectativas e incógnitas que han arrinconado aquel acento de atonía estéril que pesaba sobre el PSOE, circunscrito hasta la fecha al rudimentario mensaje del miedo contra la supuesta derecha que tenía cuernos y rabo. Todos esos sobresaltos inesperados parece que le han beneficiado electoralmente, aupándolo a un resultado que está diez o doce escaños por encima del resultado más fracasado del desaparecido Rubalcaba.

Ahora, sin embargo, toca empuñar el timón de gobernar y cabe preguntarse si ese sistema va a ofrecer similar rendimiento. Inquieta pensar lo que puede suceder el día en que ese imaginario derecho a la coincidencia confluya con el inventado derecho a decidir. Sobre todo si su plasmación teórica se reserva solamente a unos privilegiados. Se corre el riesgo entonces de que la palabra «timón» se reescriba entonces con el mismo orden de letras que la palabra «motín».