Opinión
Orgullo constitucional
Los polémicos juramentos de algunos diputados en el Congreso vuelven a poner de actualidad la tensión constitucional sobre los conceptos de democracias militantes y procedimentales. Nuestro Tribunal Constitucional ha sancionado desde el principio que nuestra democracia no exige la militancia en la misma, en España el deber de lealtad constitucional no se entiende como una obligación de adhesión a la democracia, sino como un mero trámite procedimental; por el contrario, en la alemana, en su art. 21.2 de la su Constitución, se establece que «Los partidos que por sus fines o por el comportamiento de sus adherentes tiendan a desvirtuar o eliminar el régimen fundamental de libertad y democracia, o a poner en peligro la existencia de la República Federal de Alemania, son inconstitucionales».
En España se viene afirmando que cualquier partido puede defender la desaparición de la propia Constitución, o el cambio de modelo de Estado, con el único límite, que no es poco, de respetar los procedimientos establecidos en la propia Constitución para la reforma o transformación de esta. En consecuencia, el Alto Tribunal ha permitido que se puede jurar o prometer un cargo por imperativo legal, esto es, porque es obligatorio para poder acceder a su ejercicio, aunque no se compartan los postulados de la Constitución. Pero lo que no permite, ni nunca debería ser válido, es un juramento o promesa en el que de una manera expresa o tácita se ponga de manifiesto que no se está dispuesto ni tan siquiera a aceptar esa obligación mínima de respetar las reglas del juego democrático, en definitiva, el respeto a la ley establecido en el art. 9. 1. CE- «Los ciudadanos y los poderes públicos están sujetos a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico».
Mas, aun así, el que nuestra democracia no obligue a la adhesión de sus postulados, lo que no hace es prohibir tal adhesión, de tal modo que no solo es posible, sino deseable, que todos aquellos que en mayor o menor medida nos encontramos a gusto con la actual Constitución podamos mostrar un racional orgullo en defensa de esta. En definitiva, las democracias no militantes solo imponen el acatamiento de los procedimientos, pero como mínimo debemos mostrarnos orgullosos de estos, porque como decía Camus «En política son los medios los que deben justificar el fin».
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