Opinión

Amaños

Antre el arreglo (acción y efecto de arreglar, avenencia, regla, orden, conciliación...) y el amaño (en su segunda acepción: traza o artificio para conseguir algo, especialmente cuando no es justo o merecido), va una distancia larga que seguramente se recorrerá con asiduidad en estos tiempos en que los acuerdos políticos son cada día más necesarios para gobernar el país, desde el más pequeño de los municipios hasta las más altas cumbres del gobierno central. Mientras el arreglo conlleva una actitud de civilizada reparación, de ponderación contractual, el amaño esconde rincones oscuros y umbríos en los que pueden anidar el fraude o el engaño, e incluso crecer y multiplicarse como hongos infecciosos que encuentran un hábitat de condiciones propicias. Para Dante, el fraude «rompe el vínculo de amor establecido por la naturaleza», un feo asunto en el que son especialistas «hipócritas, aduladores, hechiceros, falsarios, ladrones, simoníacos, rufianes, barateros y otros inmundos pecadores semejantes». Gerión, un monstruo mitológico gigante, sería el símbolo del fraude, con cara de hombre justo pero cuerpo de serpiente. Mostrando una doblez que está implícita en la mentira, en el embaucamiento interesado y (diría quizás La Rochefoucauld) vicioso. Con una cara confiable, y un cuerpo traicionero, así luce el monstruo que abandera el fraude. Para Dante, el fraude era algo sucio, y con muchos matices. En el octavo círculo de su Infierno, en la Quinta fosa, permanecían atormentados los malversadores y todos aquellos que habían aprovechado de manera ilícita sus cargos públicos, vigilados de cerca por un nutrido grupo de imponentes diablos, siempre atentos a mantener cocidos, entre brea ardiente y viscosa, a los malos servidores del bien común. La fantasía justiciera de Dante les tiene reservado un lugar feroz en su eternidad abrasadora e infatigable, pero la realidad de la historia nos ha demostrado que el fraude, el artificio injusto, la falsedad, suelen estar en la base, no ya de la política, sino de la sociedad misma. Y que el engaño, por lo general, se produce porque el engañado lo permite de alguna manera, ya sea por tener un cierto grado de complicidad con el engañador, por ingenuidad, por pasarse de listo el engañado o, por el contrario, por su estupidez. Decimos preferir el arreglo, pero toleramos los amaños (empezando por los propios, que son unos cuantos).