Opinión
Violencia sobre la mujer
Al margen de definiciones jurídicas, con carácter general se puede definir el terrorismo como toda forma violenta de lucha política, mediante la cual se persigue la destrucción del orden establecido o la creación de un clima de terror e inseguridad susceptible de intimidar a los adversarios o a la población en general. Desde hace algún tiempo, cuando se quiere crear preocupación social por algún fenómeno criminal, algunos acuden al término terrorista adjetivándolo con el fenómeno criminal en cuestión, y así, por ejemplo, se habla de terrorismo de género, terrorismo medioambiental, etc.
En fenómenos delincuenciales como la violencia de género no resulta necesario acudir al sustantivo terrorismo para llamar la atención sobre los asesinatos de género. Son lo suficientemente graves como para que tengan sustantividad propia, sin necesidad de acudir a la expresión de terrorismo de género, en mi opinión, nada acertada. Por un lado, generalizamos perdiendo sustantividad propia el concepto terrorismo, y, por otro lado, se parece asumir que las muertes de género no son lo suficientemente graves por sí mismas, como para ser atendidas con todo tipo de esfuerzos en su combate, resultando necesario acudir al auxilio léxico del terrorismo. La violencia de género, esto es, aquella violencia ejercida por el hombre sobre la mujer con la que tiene o ha tenido alguna relación afectiva, o la más general ejercida por el hombre sobre la mujer por el simple hecho de ser mujer, por ejemplo, las agresiones sexuales, es suficientemente grave por sí misma, no requiriendo de auxilio terminológico alguno para llamar la atención y generar preocupación social.
Por el contrario, la utilización ideológica de la lucha contra la violencia sobre la mujer si que se convierte en un instrumento muy negativo en el combate social frente a esta lacra. El hecho de que haya algunos que se crean investidos por su ideología de un valor superior en esta lucha, y traten de imponer soluciones sin la búsqueda del debido rigor racional y necesario consenso, genera un debate artificial que siempre encuentra algún aliado antagónico, que lejos de servir para ayudar a paliar los efectos del fenómeno delincuencial, genera estériles disensos políticos que debilitan la respuesta penal y social. Esta es una batalla que debe dar la sociedad en su conjunto sin que nadie busque reconocimientos.
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