Opinión

Merkel y el temblor

Un aviso de terremoto recorre las embajadas de Europa. Si Merkel tiembla, el continente tirita en plena ola de calor. Angela sustenta los cimientos de la Unión, un Atlas condenado a cargar el peso de los cielos sobre sus hombros. Hasta ahora. No hay una sombra de persona que indique recoger el testigo y adelantarse a la destrucción. Macron se ha echado en brazos del poliamor, lo que le parecerá my moderno pero a la hora de compartir cama es mejor saber si la compañía duerme con los calcetines puestos o se lava los dientes antes del sueño. Si estábamos mal, sin Merkel, o sin su influencia, la vereda se tuerce hacia un territorio ignoto en el que populistas, chamanes del cambio climático y barriobajeros lucharán por el poco poder que queda y que Rusia, China y EEUU se jugarán a los dados. Ahora nos queda un mendrugo de pan; si Merkel se retira solo resistirán migajas para pajarracos. El temblor es una clara metáfora del momento que vivimos, entre el fulgor de nuestro eurocentrismo y los despojos intelectuales que apenas alcanzamos a producir. Las manos de Merkel, tan reconocibles como las orejas de Mickey Mouse, que antes consolaban a los ciegos, se mueven al compás de la incertidumbre. Europa es un continente en vías de extinción en el que todo es relativo. Acabará rumiando una eutanasia o un suicidio asistido. Los sucesores de los antiguos mandatarios son hoy una caricatura del gobernante que apenas leen las etiquetas del gel en el baño. El nacionalismo se envalentona y los ciudadanos enferman ante el reto de asumir responsabilidades. Todo son derechos y pocas obligaciones. Nos rascamos los sobacos como millonarios y estamos al borde del deshaucio.