Opinión

La intolerancia en el tolerante

Karl Popper describió la paradoja de tolerancia como aquella que prescribe que, si una sociedad es ilimitadamente tolerante, su capacidad de ser tolerante finalmente será reducida o destruida por los intolerantes y por ello concluía que, para mantener una sociedad tolerante, la sociedad tiene que ser intolerante con la intolerancia. Recordemos que la formuló en 1945, en su obra «La sociedad abierta y sus enemigos», tras la eclosión y derrota de los fascismos en Europa. En el siglo XXI el mensaje sigue vigente, hay que ser intolerante con el intolerante, mas hoy se está produciendo otro fenómeno, si cabe igual de paradójico, y es la proliferación de la intolerancia entre los tolerantes, esto es, aquel que se sitúa en el ámbito de la tolerancia la exige para sí mismo o para la minoría o grupo en el que se considera integrado, pero a la vez anida en el mismo un grado de intolerancia con todos aquellos que no conciben su especial idiosincrasia del mismo modo, condenando a todos aquellos que no le perciben como el quiere ser percibido o piensan de otro modo. Esto a su vez determina una suerte de recreación de una religión laica que predetermina auténticos dogmas y principios insoslayables, inmutables e incuestionables. Así preconizan una sola forma de entender la lucha contra la violencia de género, contra la discriminación, políticas de economía sostenibles, la homosexualidad etc., de tal suerte que quien se acerque a estas cuestiones con ideas diferentes solo puede encontrar su intolerancia. Hay que distinguir entre ideologías agresivas y tolerantes, y yo prefiero las segundas, las primeras son aquellas que defienden sus ideas con agresividad frente al no correligionario, mientras que las segundas respetan y toleran al diferente, aun sin renunciar a su propia formación ideológica. Es curioso comprobar como muchas de estas personas critican a las religiones en general por su tendencia al dualismo, a la tensión entre el bien y el mal, creando blancos y negros, y ellos mismos, cuando afirman sus códigos morales prescinden de los grises, de las diferentes tonalidades tan necesarias en el ejercicio de la tolerancia. No debemos olvidar que no hay ningún respeto por los demás sin humildad en uno mismo, y la humildad también alcanza a la intelectualidad y a la ideología.