Opinión
De héroes a sin techo
Deborah Snyder combate la epidemia de miles de ex soldados sin hogar en Washington
La historia de Lloyd Clarke es parecida a la de otras tantas miles de personas que un día, de la noche a la mañana, se quedan sin hogar. Perder el trabajo, tener una enfermedad o incluso, en ocasiones, el más mínimo contratiempo les convierte en “homeless”. Un mal que sufren más de medio millón de estadounidenses, según los datos más recientes del Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano de EE UU.
A pesar de haberse producido un notorio descenso durante la última década, con un 13.3% menos de “sin techo” a nivel nacional desde 2010, todavía hoy 553.000 personas carecen de un lugar donde vivir en el país. Y, de ese más de medio millón, cerca del 12% entonces y del 6% ahora son veteranos de guerra. Haber pertenecido a las fuerzas armadas de EE UU no ofrece ninguna garantía de bienestar para millones de “héroes” que no son tratados como tal.
Caer en la desgracia de vivir en la calle o, en el caso del veterano Lloyd Clarke, en el único cobijo de un vehículo, es mucho más fácil en EE UU de lo que cualquiera que viva en otro lugar pueda imaginar. Éste es el país que lidera el ránking de mayor número de veteranos del mundo, con cerca de 20 millones que no cuentan con un sistema de reinserción garantizado. Tras años de servicio en la Armada, el Cuerpo de Marines, la Guardia Costera, la Fuerza Aérea o el Ejército, regresan con la intención de tener una vida normal. Pero muchos de ellos no lo consiguen.
La situación a la que se enfrentan muchos veteranos sin guerra, sin trabajo y sin sueldo no les alcanza para cubrir gastos de las necesidades más básicas ni para mantener intactos sus ahorros. Reinventarse, a su regreso, es la única manera de subsistir. Aprender un nuevo oficio que les permita encontrar rápidamente un empleo. Y, cuando eso no sucede, tras meses de incertidumbre tirando de sus ahorros, se quedan sin nada.
Sin la cobertura de unos gastos pagados hasta su regreso, como la casa, el transporte, un sueldo decente y el sustento familiar. Con una pensión mínima. Sin seguro médico. Con secuelas físicas y psicológicas. Sin un empleo. Con altas posibilidades de enfermarse. Sin ingresos. Con gastos. Sin Ahorros. Con Nada. Y así, casi sin darse cuenta, “homeless”.
Como consecuencia, 29.000 veteranos de guerra viven en las calles del país, sin hogar. Y algo más de un millón sobrevive rozando la línea de pobreza. Veteranos como Lloyd Clarke que, tras doce años en la Armada destinado fuera del país, regresó a EE UU con su mujer coreana y la intención de iniciar una nueva vida juntos. Pero ella cayó enferma y ese contratiempo les dejó con lo único que pudieron mantener: su coche.
Hasta aquí, una historia como la de cualquier veteranos que, como Clarke, combatió en la Guerra de Vietnam o Corea, si no fuera porque la suya se convirtió en excepcional al contar con la inestimable ayuda de quien, según él mismo recuerda, le “salvó la vida”.
Deborah Snyder, ex piloto de helicópteros de las Fuerzas Armadas durante 22 años, ahora dedica su tiempo libre a ayudar de manera desinteresada a que veteranos de guerra, como ella misma o como su marido y el propio Clarke, puedan tener una casa y rehacer su vida de vuelta al país. “Si pudiera usar una varita mágica, les daría trabajo en el mismo instante en que abandonan sus posiciones. Me encantaría, pero no funciona así”, se lamenta la teniente coronel retirada, convencida de que la situación de los sin techo “es un problema solucionable”.
Con esa misma idea en mente, inspirada durante su trayecto diario al Pentágono por la cantidad de veteranos que veía en las calles, Snyder puso en marcha su proyecto personal en 2011 con el fin de combatir la epidemia de miles de ex soldados que carecen de un lugar donde vivir.
El método infalible, del que Snyder se ha vuelto su máxima defensora, pretende acabar con la tragedia nacional de los “sin techo”. Le llama “Vivienda Primero”, y consiste en ofrecer una “vivienda de calidad y servicios de apoyo” a veteranos de guerra y sus familias, que les permita salir de la situación de desamparo. Servicios que incluyen visitas médicas, comida, ropa para acudir a entrevistas y cualquier necesidad que, atendida, les encamine a un mejor futuro.
La Fundación Operación Renovada Esperanza (ORHF, por sus siglas en inglés) ha beneficiado, en sus primeros ocho años de vida, a más de 800 veteranos de guerra que vivían en las calles de Washington y toda su área metropolitana. “Tenemos comprobado que, al ayudarles a tener un lugar donde vivir, pueden empezar a ajustarse el resto de las cosas importantes de las que carecen”, dice la ex piloto en entrevista para LA RAZÓN.
El método “Vivienda Primero”, implementado con éxito en la capital, podría extenderse ahora al resto del país. Y es que lo que empezó como una idea que vio la luz en el mismo barrio donde Deborah Snyder nació y se crió, se acabó convirtiendo en todo un referente nacional en la lucha contra una de las mayores lacras que sufre la sociedad estadounidense. De hecho, la primera de las casas que Snyder y su madre compraron para tal fin fue la guardería donde ella misma había acudido de pequeña. Readaptaron el edifico a un hogar para veteranos sin techo, poniendo a su disposición el que considera un derecho universal. Y ellos, a cambio, convierten ese nuevo hogar en el primer paso a dar para resolver su situación. Lloyd Clarke fue el primer inquilino, convirtiéndose también en su primer beneficiario.
“No sé qué habría hecho sin Deborah. Sin trabajo, con mi mujer enferma y consolándome en el alcohol, estaba al borde del suicidio cuando la conocí”, recuerda Clarke. El ex soldado fue el primero en recibir su ayuda, y una familia con seis hijos acaban de ser los últimos. La Fundación ORHF les ha entregado una casa totalmente reformada en uno de los mejores barrios de Alexandria, en Virginia. Además del estado vecino, otras siete localidades de la zona forman parte de este proyecto en Washington.
A menudo, la imagen que la sociedad tiene de los homeless no se corresponde con la realidad. Las drogas son más consecuencia que causa. “He visto 500 historias diferentes de por qué la gente termina sin techo. Una de las razones principales que les lleva a la ruina es médica”, asegura Snyder. Enfrentarse a un cáncer, con opción de coger la baja laboral y financiar un tratamiento, es un privilegio al alcance de unos pocos.
“La otra razón principal es que no cuentan con apoyo familiar. Si yo mañana lo perdiera todo, por ejemplo, me quedaría en casa de mis padres. Pero muchos de estos veteranos no tienen ningún sitio al que volver”, asegura Snyder. Un apoyo familiar que, en casos de grave crisis económica, ha sido el principal motor de otros países.
Acceder a un crédito, acudir al médico, comprar un producto de uso básico o cualquier minucia de la vida cotidiana, les obliga a endeudarse para siempre. A falta de familia y, si el orgullo se lo permite, recurren a la ayuda de su entorno. Precisamente gran parte del apoyo que recibe la Fundación ORHF es de otros veteranos de guerra en mejores condiciones, que quieren aportar su granito de arena. “Las personas a las que ayudamos se sienten mucho más cómodas sabiendo que nosotros somos también veteranos. Eso les ayuda a confiar en nosotros porque saben que también hemos estado ahí”, cree Snyder.
La ex piloto considera que su actual labor es una extensión del mismo trabajo que realizó durante más del dos décadas en el Ejército, pero lo cierto es que ha conseguido implicar a mucha gente en su nuevo proyecto. “Es crucial contar con apoyo. Una sola no podría hacerlo, por eso pido ayuda a los demás. A mi familia entera: a mis padres, a mis hermanos, a mi marido, a mis hijos… A todos”, dice Snyder sonriente. “Éste es un trabajo en equipo. Gracias a la generosidad de la gente, podemos hacer lo que hacemos”, añade.
A través del apoyo que recibe la Fundación ORHF del Departamento de Asuntos de Veteranos, así como del entusiasmo de los donantes, socios aliados y voluntarios, han conseguido batir récords en menos de una década. “Aceptamos dinero y contamos con apoyo de ambas partes: republicanos y demócratas. Toda ayuda es necesaria”, recuerda Snyder.
De los 68.000 veteranos sin hogar que había en EEUU cuando empezó, la cifra se ha reducido a menos de la mitad, con cerca de 29.000 sin techo en la actualidad. “Los números bajan en la dirección correcta, pero aún estamos muy por encima del objetivo”, añade. Y es que la Administración Obama se marcó de plazo máximo 2015 para erradicar esta lacra que mantiene a miles de personas en situación marginal.
“Por cada llamada que recibo de una persona sin techo”, confiesa Snyder, “me llegan otras seis de personas que están a punto de quedarse en la calle y necesitan asistencia inmediata. Así que tenemos que combatir este problema ayudando a los que literalmente están sin nada, pero también a aquéllos en una situación límite. Ayudarles a alcanzar un mínimo nivel de bienestar antes de que lo pierdan todo”, enfatiza la fundadora de ORHF.
Reinsertarse en la sociedad es uno de los mayores desafíos de los militares a su regreso. A los problemas económicos que sufren esos veteranos, se suman otras secuelas difíciles de combatir. El síndrome post traumático es el más habitual. Éste les fuerza a lidiar con antiguas batallas en sus cabezas, llevándoles al consumo y adicción a las drogas o, en el peor de los casos, al suicidio. De los 30.000 que se verifican al año en EEUU, unos 7.000 suicidios son de veteranos de guerra. Una media de 20 veteranos al día.
En la práctica, la necesidad de impulsar leyes que atiendan las necesidades de millones de veteranos ha crecido más rápido que la eficiencia de políticas a su alcance. Desde 1789, pocos años después da Guerra de la Independencia, el Congreso de EEUU constató la importancia de asegurar pensiones por discapacidad a los veteranos. Tras la Guerra Civil, en 1865, y en respuesta al impacto del casi millón y medio de veteranos que dejó, la Cámara aprobó un sistema de residencias para veteranos discapacitados e indigentes. Y ya en 1945, con cerca de 15 millones de veteranos tras la Segunda Guerra Mundial, Roosevelt firmó una ley de readaptación para los militares. Apenas había un centenar de hospitales para veteranos por aquel entonces, aumentando a otros 54 de previsión para los siguientes cinco años de postguerra. Una medida necesaria, pero insuficiente.
A esos veteranos que ahora viven al margen de la guerra, de vuelta a una vida lo más normal posible, se suman los que siguen en activo. En la actualidad, hay más de 300.000 soldados estadounidenses desplegados en 177 países del mundo.
“Tenemos que hacer un mejor trabajo, como nación, cuidando a nuestros veteranos. Al menos ahora lo estamos haciendo mejor que nunca” en la historia del país, cree Deborah Snyder. Ex soldados de la Segunda Guerra Mundial, Vietnam, Corea, Irak y Afganistán son atendidos en su Fundación. Veteranos que acaban de cumplir la mayoría de edad y hasta de 99 años, otro de su beneficiarios.
Entre los requisitos necesarios destacan ser veterano de guerra acreditado y con honores, no haber sido acusado de delito sexual y superar todos los controles solicitados. Una decisión final para la cual Deborah Snyder ha entrevistado a más de 5.000 veteranos a lo largo de estos años.
Y es que lo que empezó con una pequeña rifa de 8.000 dólares con entradas para los Redskins, se convirtió en una gala anual de recaudación de fondos con políticos, personajes influyentes y celebridades, como Denzel Washington en la de este año. Una sola noche en la que las donaciones superan los 100.000 dólares.
Pero Snyder piensa siempre a futuro. Su próximo gran proyecto: un edificio de viviendas con 36 unidades, con una inversión de casi 10 millones de dólares. “Para erradicar el problema de los veteranos“sin techo” en la capital de EEUU y sus alrededores necesitamos la ayuda de personas como Jeff Bezos o la Fundación Gates. Hay una gran diferencia entre aquellos que tienen y que no tienen”, asegura Snyder.
Por eso, su intención ahora es contar con el apoyo de las grandes fortunas. Amazon tiene previsto traer 25.000 puestos de trabajo al área metropolitana de Washington, pero esa nueva creación de empleo también se hará notar con un aumento drástico en los precios de las viviendas. Y, como consecuencia, agravará la situación de estas personas, sin un plan de acción adecuado. “Implicar a la comunidad es una de las claves para solucionar este problema”, considera Deborah Snyder.
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