Opinión

Un panorama sombrío

Alemania se encuentra al borde de la recesión (su economía se contrajo un 0,1% en el segundo trimestre del año) y la producción industrial china se halla en el peor momento de los últimos 17 años. En EEUU, la curva de rendimientos entre los bonos a 2 y 10 años se ha invertido, lo que suele reputarse como una señal adelantada de recesión. El panorama se ennegrece cada vez más y, como es lógico, la reacción de los mercados de valores, tanto en EEUU como en Europa, no está pudiendo ser más pesimista (caídas continuadas que sólo en el caso del Ibex 35 le han llevado a perder más de un 8% en apenas tres semanas).

Tal está siendo el grado de incertidumbre que se está apoderando de los mercados, que las bolsas se desinflan aún cuando descuentan con absoluta seguridad que los bancos centrales recortarán sus tipos de interés durante sus próximas reuniones. Pero ni siquiera las promesas de un crédito más asequible por parte de las autoridades monetarias está siendo capaces de reconfortar la moral de los inversores. Es más, incluso el anuncio por parte de Trump de que retrasará la imposición de nuevos aranceles a China hasta mediados de diciembre no parece haber servido más que para alimentar un rebote transitorio de los mercados durante ayer (motivado sobre todo por la necesidad de algunos especuladores bajistas por cerrar su posición).

Rebote que se esfumó este mismo miércoles cuando los inversores constataron que el panorama macroeconómico sigue siendo tan o más sombrío como el de las últimas semanas y que, por tanto, en mero gesto oportunista que no pone fin (ni siquiera nos acerca) a la guerra comercial y, en consecuencia, tampoco pone fin a la desolación económica de Europa (principal víctima del enfrentamiento entre EEUU y China) no sirve en absoluto para insuflar nuevos ánimos a unos mercados marcadamente deprimidos. La coyuntura, pues, se está volviendo cada vez más oscura por razones que algunos ya tuvimos ocasión de advertirles en el pasado a todos los populistas globalofóbicos. Las guerras comerciales destruyen la división internacional del trabajo y, en consecuencia, las cadenas internacionales de valor.

Es verdad que durante las últimas décadas nos hemos enriquecido apreciablemente sumándonos a esas cadenas globales de valor, pero por ello mismo también es verdad que nos hemos vuelto fuertemente dependientes de las mismas, de modo que cargárselas con aranceles y otras restricciones comerciales equivalía a todos los efectos a cargarse nuestra economía. Poco, muy poco, podemos hacer los españoles –incluso los europeos– para poner fin a esta partida de póker global que está empujando hacia el abismo a una economía internacional que, si bien empezaba a sufrir de algunos desequilibrios, no estaba inexorablemente condenada a desempeñarse en una recesión.

Pero parece que Trump y Xi Jinping prefieren asistir al progresivo desplome de la economía mundial antes que dar su brazo a torcer alcanzando un acuerdo comercial que resulte mínimamente beneficioso para ambas partes.