Opinión

El BCE quiere sacar el bazuca

La guerra comercial global está golpeando intensamente a Europa, como ya hemos explicado en numerosas ocasiones. El Viejo Continente (especial, aunque no exclusivamente, Alemania) es una potencia exportadora, de modo que, si las relaciones comerciales internacionales se resquebrajan, nuestra actividad manufacturera también se resiente. No en vano, esta semana hemos conocido que Alemania decreció un 0,1% durante el segundo trimestre del año, lo que la coloca al borde de la recesión. Del mismo modo, España se desaceleró significativamente durante ese mismo período y todo apunta a que continuaremos una estela similar durante los próximos meses. Ante esta coyuntura, el BCE se está planteando la posibilidad de intensificar su política monetaria expansiva en, al menos, dos frentes. Según ha manifestado Olli Rehn, presidente del Banco Central de Finlandia, el BCE baraja dos tipos de intervenciones: la primera, resucitar las flexibilizaciones cuantitativas, esto es, la compra de activos financieros por parte del banco central; la segunda, escalonar los tipos de interés negativos para que éstos no lastren los resultados contables de las entidades crediticias de un modo tan intenso como en la actualidad. De ambas medidas, la que sin duda puede tener mayores implicaciones es la primera. No sólo porque consolidaría un nuevo período de tipos de interés nulos para la deuda pública (con los perversos incentivos que ello generaría sobre nuestros políticos manirrotos), sino porque el finés ha planteado que, por primera vez, el BCE también utilice su bazuca monetario para adquirir no ya deuda corporativa de determinadas grandes empresas (extremo al que ya llegó en su anterior ronda de flexibilización cuantitativa), sino también acciones de compañías europeas. Estamos llegando a unos extremos de paroxismo monetario que no pueden traer nada bueno a nuestra economía más allá de un empujón transitorio y burbujístico de la actividad. A la postre, si el BCE termina interfiriendo en el mercado bursátil, no hará otra cosa que manipular el precio de las acciones, distorsionando el proceso competitivo de asignación de capital entre las distintas inversiones empresariales potenciales. Los inversores no financiarán aquellos proyectos que sean realmente más rentables, sino aquellos hacia los que el BCE dirija su arsenal de compras. Es decir, no será el mercado quien escoja qué proyectos empresariales desarrollar, sino los burócratas de Fráncfort. Convendría que nuestros gobernantes no tomaran decisiones precipitadas ante la desaceleración económica. Sí, la guerra comercial nos está perjudicando notablemente, pero no deberíamos responder a ella con estímulos artificiales de la demanda, sino con liberalizaciones de la oferta que incrementen nuestro potencial de crecimiento. Cebar el gasto o el endeudamiento cuando las perspectivas de beneficio se están hundiendo (por motivos de fondo: la contracción del comercio mundial) sólo nos llevará a tomar decisiones financieras irresponsables en lugar de a reorientar nuestras inversiones allí donde puedan generar verdaderamente valor. Tan malo como la guerra comercial puede ser la reacción precipitada de las autoridades europeas a la misma.