Opinión
La extrema derecha extiende sus redes en Italia
Decenas de grupúsculos con afinidades tanto con Steve Bannon, el estratega de Donald Trump, como con círculos próximos al Kremlin, se han enquistado en la sociedad e influyen en las decisiones políticas de partidos como La Liga de Matteo Salvini o los Hermanos de Italia, de Giorgia Meloni. En el “desierto postideológico” que vive el país, asientan el mensaje xenófobo -la “sustitución étnica- y nacionalista. CasaPound y Forza Nuova son sus máximo exponentes.
En el edificio ocupado en Roma por CasaPound, un movimiento autodeclarado orgullosamente fascista, Alberto Palladino presumía hace meses de haber estado en la guerra siria. Entre grafitis y salas de conferencias, este militante, que se llegó a presentar en unas elecciones locales en la capital italiana, aseguraba haber seguido la batalla de Alepo desde el terreno. Ahora continúa su actividad como fotorreportero y voluntario en la ONG Solidarité Identités, un colectivo respaldado por grupos ultraderechistas, cuyo objetivo es prestar ayuda en territorios afectados por los desastres de la globalización. Uno de los principales caballos de batalla del movimiento soberanista.
Palladino colabora con otro colectivo llamado Frente Europeo por Siria, que ha defendido las ofensivas de Bachar Al Asad, en lo que definen como una “guerra antiterrorista”. Siria ha sido durante años uno de los destinos preferidos para los militantes de extrema derecha, como también lo fue la cuenca del Donbás, en Ucrania, donde se libraron algunos de los combates más cruentos con las tropas rusas, que terminaron por anexionarse Crimea y la ciudad de Sebastopol. En ambos conflictos, hay un elemento común: la influencia del poder neoimperialista ruso.
Hace un año las fuerzas de seguridad italianas desarticularon una red que reclutaba a mercenarios para enviarlos a combatir en el frente ucraniano. Abrieron una investigación contra 15 personas y arrestaron a seis de ellas. El coronel de los Carabinieri que se encargó de la operación, Luigi Imperatore, declaró que “en este caso se ha superado la dicotomía entre extrema derecha y extrema izquierda”. Había sospechosos pertenecientes a ambas facciones. En realidad, surgen de una misma corriente ideológica, que en Italia se ha ido extendiendo gracias sobre todo a grupúsculos de ultraderecha.
La esfera cultural
Todo nace en la década de los 70 con la irrupción del filósofo francés Alain de Benoist. Al académico se le considera el mayor ideólogo de la Nouvelle Droite (nueva derecha), un movimiento que surge como rechazo al imperialismo, al neoliberalismo económico y a la globalización. Ideas que podían compartir grupos de izquierdas o de derechas, pero al que este grupo da respuesta a través de la identidad nacional y el poder del Estado. Fue una reacción conservadora al mayo del 68 y medio siglo después volvemos a escuchar todo esto.
Mientras, Italia vivía en esa época los años de plomo. Grupos terroristas de extrema izquierda y extrema derecha campaban a sus anchas. El ‘Movimento Sociale Italiano’ era la principal formación heredera del fascismo, aunque surgieron otros colectivos satélites como ‘Avanguardia Nazionale’ u ‘Ordine Nuovo’. Todos ellos agrupaban los últimos resquicios del fascismo, que había sido derrotado en la Segunda Guerra Mundial, pero no fue borrado de la sociedad.
“Los grupos neofascistas italianos entraron en contacto con el pensamiento de Benoist, que les reafirmó en su ideología nacionalista”, señala Andrea Palladino, autor del libro ‘Europa identitaria’. Según este periodista, en Italia existía un gran número de movimientos armados, pero la ideología venía desde Francia. De modo que, para ponerse al día, los italianos comenzaron a leer a Gramsci, el fundador del Partido Comunista Italiano y gran referencia en el país transalpino para el antiimperialismo americano. “Asumieron su concepto de ‘hegemonía cultural’ [que implica una dominación política externa] y la adaptaron a sus intereses”, asegura Palladino. La mezcla de neofascismo y marxismo -por simplificar- es el principio de lo que se ha llamado en italiano rossobrunismo y que en español se suele traducir como ‘rojipardismo’.
Empezaron a surgir revistas que daban soporte filosófico a estas ideas. Las dos más importantes fueron ‘Orion’ y ‘Avanguardia’. En aquella época se inspiraban en una mezcla de ideas falangistas y de la lucha armada latinoamericana. Y hoy no hay grupo de extrema derecha italiano que no cuente con alguna casa editorial u órgano ideológico, cuya misión ha sido adoptar este pensamiento a nuestro tiempo. La más célebre es la editorial Altaforte, ligada a CasaPound, que en la pasada Feria del libro de Turín protagonizó una polémica por intentar presentar una biografía sobre Matteo Salvini. Un gran número de escritores e intelectuales se rebelaron y Altaforte fue expulsada del evento.
La influencia rusa
La ecuación se complica aún más cuando estos grupos entran en contacto con otros teóricos rusos. En la década de los ochenta, irrumpe un siniestro personaje llamado Aleksandr Dugin. La idea de la que parte es que el fascismo, el comunismo y el liberalismo fracasaron durante el siglo XX, por lo que crea la llamada ‘Cuarta Teoría Política’. Mete en la coctelera una crítica al socialismo, al libre mercado o a la globalización y extrae una pócima rejuvenecedora inspirada en los lazos lingüísticos, étnicos o religiosos de la tradición judeocristiana. Todo ello con una mezcla de mística, esoterismo y la influencia del poeta italiano Julius Evola, el intelectual preferido de los neofascistas.
Dugin ha sido calificado como uno de los referentes de Vladimir Putin, aunque Giovanni Savino, investigador italiano en la Academia Rusia de Economía Nacional y del Servicio Público en Moscú, asegura que “su influencia en el Kremlin es casi inexistente”. “Dugin llevaba sin aparecer en los medios públicos rusos desde hace décadas y ahora, sin embargo, es recibido con honores en Italia, donde celebra conferencias e incluso ha sido entrevistado en el telediario de RAI 2, la televisión pública italiana”, sostiene el autor del ensayo ‘Eurasianismo y la extrema derecha europea’. El eurasianismo es una corriente que propugna que Rusia es más cercana a Asia que a Europa y sirve como argumento de confrontación entre este país y Occidente.
La confluencia entre los pensadores ultras italianos y sus homólogos rusos se ha plasmado también en otras publicaciones italianas como la revista de estudios políticos ‘Eurasia’, dirigida por el filólogo Claudio Mutti. Y mientras, en paralelo, todas estas conexiones también se han traducido en la proliferación de asociaciones de tipo cultural o fundaciones hermanadas con Rusia por toda Italia. Según una investigación del semanario “L’Espresso”, habría al menos una veintena en todo el territorio transalpino, aunque es en el norte donde se concentran la mayoría.
Conexiones con el poder político
Precisamente la zona de mayor influencia de la Liga Norte, el partido más antiguo de Italia, pese a la transformación que le ha dado Salvini, quien le he proyectado una visión nacional y le ha seccionado la palabra ‘Norte’. Hace un par de meses estalló un escándalo por presunta financiación ilegal a la Liga por parte de Rusia y el principal sospechoso es el presidente de una de esas fundaciones. Gianluca Savoini, que dirige la Asociación Cultural Lombardía-Rusia, y está conectado con la Liga casi desde su fundación, se reunió con varios hombres del Kremlin, a los que les habría pedido 65 millones de dólares a cambio de una concesión del Estado italiano a una compañía petrolera rusa. No hay evidencias de la mordida, probablemente nunca las haya si se ha producido, pero lo que quedó acreditado fue la relación entre estos círculos ultraderechistas y Moscú. Savoini actuaría además como representante de una institución privada con capacidad para influir en decisiones de Estado.
Cuenta el periodista Davide Maria De Luca, que investiga las conexiones de la extrema derecha italiana, que ya el fundador de la Liga Norte, Umberto Bossi, se veía fascinado por estas ideas radicales derechistas en los 90. El nacimiento de este partido, basado en las tradiciones ancestrales de las tierras más allá del río Po y la petición de independencia para esas regiones, coincidió con el momento de los movimientos antiglobalización. Sin embargo, la Liga Norte pactó después con Silvio Berlusconi su entrada al Gobierno, se institucionalizó y abandonó esta línea.
En 2004 Bossi sufrió un infarto cerebral que no acabó con su vida, pero sí le restó empuje. Casi una década después, cuando Matteo Salvini tomó las riendas del partido, se encontró prácticamente sin cuadros orgánicos, un vacío ideológico y la caja vacía. Recientemente, la formación ha sido condenada a pagar 49 millones por un fraude de su fundador. Fue con la llegada del joven líder, que había frecuentado centros sociales y esos ambientes ‘rojipardos’ durante su adolescencia, cuando el partido viró en sentido lepenista. Más tarde completó la cuadratura del círculo acercándose a Steve Bannon, ex asesor de Donald Trump. “Salvini tuvo que recurrir a una ideología y una base que no tenía, por lo que acudió a estos círculos intelectuales de ultraderecha”, comenta De Luca.
Una prueba de que esta conexión existe es que Salvini acuña conceptos como “la sustitución étnica” para hablar de inmigración, mantiene Andrea Palladino. El periodista y escritor opina que la Liga ya tenía un historial de racismo entre italianos y extranjeros, pero nunca había utilizado en el discurso público estos términos tan precisos, propios de la intelectualidad ultra. La sustitución étnica vendría a decir que Europa se enfrenta a un problema migratorio que amenaza su cultura occidental y cristiana. “La relación más clara entre Salvini y la ultraderecha pasa por estos canales culturales”, añade Palladino.
Los movimientos ultraderechistas más potentes en Italia son la citada CasaPound, que recoge esa mezcla de neofascismo y marxismo, y Forza Nuova, de carácter más católico y tradicionalista. Ambos se presentan en distintas elecciones como partidos políticos. Y aunque tienen una representación normalmente ínfima, están presentes en debate público. El investigador Giovanni Savino opina que se debe al “desierto postideológico”. “Con la caída de los partidos políticos tradicionales, en Italia se lleva hablando de que no existe la derecha y la izquierda [es la base del Movimiento 5 Estrellas] desde hace 25 años, por lo que un movimiento que defienda una ideología fuerte puede tener capacidad de influencia”, agrega.
Cuál es su verdadero alcance
Ante esa falta de líderes con la que se encontró Salvini, de la que hablaba Davide Maria De Luca, el líder de la Liga se vio obligado a recurrir a grupos como CasaPound y, en menor medida, a Forza Nuova. Ambos han asistido a numerosas manifestaciones de la Liga en los últimos años y en ocasiones convocan protestas sociales -generalmente contra inmigrantes o colectivos gitanos- que acto seguido son explotadas por Salvini. Los militantes de CasaPound también han ejercido como voluntarios repartiendo panfletos de la Liga.
Especialmente significativo es el caso de Mario Borghezio, que ha sido eurodiputado ‘leguista’ desde 2001 hasta las últimas elecciones europeas. Conectado con esos círculos de la intelectualidad ultraderechista de los 70, en los últimos años Borghezio tiró de CasaPound para hacer campaña por la Liga en Roma y en el centro de Italia, explica De Luca. El partido de Salvini no contaba con una estructura en el territorio, que para los neofascistas es su principal radio de acción. En las regiones del interior, CasaPound ha activado una importante red de solidaridad tras los terremotos de los últimos años, partiendo de su premisa de ayudar “primero a los italianos”. En las últimas europeas, la Liga superó el 30% en todas estas regiones y en las afectadas por los seísmos incluso llegó a rozar el 40%.
“Salvini es ahora un líder muy fuerte, lo que también atrae a los ultraderechistas, por lo que estos grupos aceptan su capacidad de mando. Él pide ideas y decide cuáles le sirven, como la batalla contra el euro o el conservadurismo moral de los grupos más tradicionalistas, pero también descarta muchas otras”, señala De Luca. Los movimientos de extrema derecha no son más que una herramienta para el líder de la Liga. Aunque, en ocasiones, toca agradecer los servicios prestados, como con el nombramiento del presidente de la RAI. El año pasado Salvini aupó a ese cargo a Marcello Foa, un periodista ultraconservador y que ha sido acusado de publicar una larga lista de ‘fake news’.
En la Liga existen también otras tendencias moderadas, representadas por dirigentes del norte, más partidarios del pragmatismo para gobernar eficientemente sus regiones; o por Giancarlo Giorgetti, quien ha sido subsecretario del primer ministro Giusppe Conte. En el terreno internacional esto se plasma también entre los defensores de mantener la vieja alianza con Estados Unidos y quienes pretenden escorar el partido hacia Moscú, defensores de la reciente anexión de Italia a la llamada ‘Ruta de la seda’ con China. Sin embargo, la línea predominante la marca siempre Salvini, que utiliza a la ultraderecha y se ve contaminada por ella. “Los grupúsculos de la extrema derecha no tienen demasiada influencia como tal, pero son poderosos en la medida en que colaboran con partidos mayoritarios, de modo que sus ideas pasan a determinar políticas de Estado”, sentencia Andrea Palladino. El ejemplo de Salvini es el más importante, pero lo mismo se podría atribuir a Hermanos de Italia, de Giorgia Meloni, con quien la Liga aspira a gobernar en un futuro no muy lejano.
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