Opinión

El marketing del «Kennedy» de La Moncloa

Una invitación de Naciones Unidas permitirá al presidente del Gobierno en funciones sacar brillo a su agenda internacional, a la que se ha visto obligado a «renunciar» ante el bloqueo del país. Desde sua llegada a La Moncloa, Pedro Sánchez ha visto en los viajes fuera de España una oportunidad de oro para armar su liderazgo con aires «kennedyanos». En términos de marketing político, cualquier desplazamiento cotiza también a efectos de política interior.

De ahí que se marchase el pasado 25 de agosto hasta Biarritz únicamente para participar en la cena de clausura de la cumbre del G-7. Gracias a la cocina gubernamental –la denominada «Moncloa Productions»–, compartir mesa con los siete países con mayor influencia económica y geopolítica ayuda a reforzar su perfil presidencial, y ello aunque la única reunión bilateral que celebrase el mandatario español fuera con el presidente de Senegal, Macky Sall.

La abultada colección de instantáneas de Sánchez pronto se verá ampliada por su presencia en Nueva York para intervenir en la Cumbre Climática que coincide con la 74ª Asamblea General de la ONU. En La Moncloa hubo dudas sobre esta cita internacional, aunque fueron rápidamente disipadas por un entorno «entregado» al culto al jefe. Y es que la intervención del presidente está programada el 23 de septiembre. En efecto, el mismo día de la disolución automática de las Cortes de no haber mediado antes una investidura exitosa. De no ser así, el mecanismo constitucional para la convocatoria de nuevas elecciones se pondrá en marcha con el jefe del Ejecutivo a 5.764 kilómetros de Madrid.

Pero, ¿cómo resistirse a ampliar el book fotográfico defendiendo ante las Naciones Unidas las políticas de acción climática? Demasiado tentador, sobre todo para Pedro Sánchez. Pero saltar el charco con el país bloqueado puede amenazar sus particulares intereses.

La Moncloa, como Ferraz, está en modo campaña electoral. A efectos de cuidar el relato de que no desean repetir los comicios, la maquinaria, ya muy engrasada, permanece todavía a medio gas. No obstante, la principal ocupación de numerosos asesores del complejo presidencial consiste en analizar concienzudamente las encuestas y entregarse a ver por dónde camina la opinión de los españoles a través de Focus Group lógicamente segmentados. Nada más desembarcar al lado del presidente, Iván Redondo se encargó de reclutar un amplísimo equipo de asesores, muchos de ellos de su máxima confianza –con un pie en Redondo & Asociados–, expertos en demoscopia y provenientes incluso de prestigiosas universidades como Harvard. La impresión general, en palabras de un ministro, es que «nos conviene» ir a las urnas.

Sánchez ha interiorizado que más importante que la reelección es la gobernabilidad: gozar de una estabilidad ante un futuro cargado de incertidumbres, dentro y fuera de España. Su entorno lo comparte sin ambages. La economía en desaceleración, el fallo judicial por el «procés» o un Brexit duro asoman en el horizonte.

Además, como repite alguno de sus próximos, una horquilla de 140-150 diputados «impone» más que 123.

En cualquier caso, a nadie se le escapa que detrás del tacticismo de Pedro Sánchez existe el deseo de «cocer en su propia salsa» a Pablo Iglesias. Por ello la presión va a seguir en aumento sobre Podemos. Aunque Iglesias y su guardia pretoriana continúen –de momento– firmes, según avanza el tiempo el escenario agrieta, al menos, a las confluencias. El líder morado también es consciente de ello. De ahí que el hemiciclo pareciese, durante el debate pasado por la crisis del Open Arms, una guerra sin margen para la tregua.

De hecho, Carmen Calvo puso el colofón al pleno monográfico llamando por su nombre de pila a la portavoz adjunta de Podemos, Ione Belarra, recordando conversaciones privadas por teléfono entre ambas, para afearle que la hubiera comparado con el ministro de Interior italiano Matteo Salvini. Cuatro horas de intenso fuego cruzado para constatar que sólo un milagro puede hacer viable el acuerdo.

Con ese panorama, Sánchez no está dispuesto a caer en el tira y afloja que propone Pablo Iglesias. Pospone cualquier cita con él a la segunda semana del mes. En el último minuto. Para presentarle, ya oficialmente, su denominado «programa común progresista». «O Pablo Iglesias toma el acuerdo en base a medidas... o lo deja. Y carga con las culpas». Así se insiste desde Ferraz. Por el momento, Pedro Sánchez, «por si tocase investidura», ha dejado su agenda vacía del 16 al 20 de septiembre. Tres días después, el lunes 23, estará en EE UU, ya como presidente «pleno» del Gobierno o en «funciones» de candidato, estampando ante la ONU su primer mitin de la precampaña del 10-N.