Opinión

El peso de la desmovilización

En los cuarteles de los partidos existe un denominador común: la duda ante las cuartas elecciones generales en cuatro años, que descolocan a muchos. Empezando por Ferraz, que es donde se ha cocido esta componenda, ideada en la Moncloa, para ahorrar a Pedro Sánchez el insomnio de gestionar “dos Gobiernos en uno”. Una perturbadora incógnita ha entrado en los circuitos políticos: ¿cómo activar al votante? Cierta sensación de vértigo está instalada en una clase política estigmatizada por la desmovilización.

En el PSOE, cuando se habla con personal de postín, confiesan resignados que su líder “ha decidido jugársela”. Creen que ha sido un error. Sin embargo, la disciplina de partido se impone. Y ello permite a Sánchez echar su órdago sin sobresaltos internos. Aunque difícilmente existirán siglas tan pétreas que no se vean influidas por el enfado y la frustración de la gente corriente. Hay verdadero pánico a lo que definen como “abstención de castigo”. La participación, según el sondeo de NC Report que publica este periódico, caería casi siete puntos.

“Es el periodo de duelo. Pasará”, repiten desde el núcleo duro del presidente en funciones, en un intento de darse ánimos ellos mismos. Intentarán imponer, en estos primeros días que consideran vitales, el argumentario que dibuja a Sánchez en el centro, rodeado de frenéticos enemigos confabulados para robarle la victoria del 28-A. Y multiplican las carantoñas a Íñigo Errejón para que salte a la contienda nacional a “arrebatar” votos a Pablo Iglesias, hoy convertido en la “bestia negra” del Partido Socialista.

Los vertiginosos acontecimientos de estas semanas han llevado al secretario general de Podemos a estar dispuesto a morir matando, por honda que sea la angustia de sus allegados (léase IU o En Comú), poco partidarios de afrontar otros comicios. La guardia pretoriana de Iglesias ha echado sus cuentas. Saben que Errejón les hará daño. Pero que también le dará un bocado a Sánchez. No consideran un drama perder media docena de escaños. Su apuesta es sumar una mayoría que obligue al líder socialista a “tragarse el orgullo” y “cerrar una coalición sin exclusiones”. Con todo, en el único escenario en el que ya han estado presentes las siglas de Errejón, el de Madrid del 26-M, la división en tres de la izquierda desembocó en un gobierno de centro-derecha. Su estreno nacional puede propiciar cambios primordialmente en el Senado a favor del PP.

Los cuervos revolotean en torno a Cs. Nada nuevo. Las encuestas coinciden en que Albert Rivera será de los perjudicados del festín del bloqueo. Por representar la deslucida “nueva política”. Por las crisis internas tras negarse a facilitar la investidura de Sánchez. Por su confusa posición en los acuerdos indirectos con Vox. El posterior giro hacia una abstención con condiciones en los minutos finales de la legislatura ha permitido al jefe naranja cierta reconciliación con su sector “socialdemócrata”. Sobre todo, ha frenado las especulaciones en torno a la escisión de parte de los críticos para voltear algunos gobiernos autonómicos en coalición con el PP.

Mientras, Pablo Casado es de los líderes a quien nada se puede reprochar. La fotografía de la encuesta para La Razón le saca bien favorecido, recuperando más de 800.000 votos pese a aumentar la abstención. Su respaldo a Sánchez era imposible y pese a ello le ofreció pactos de Estado. Casado también ha dulcificado su imagen. Y ha dejado de ser ese torbellino que incluso se contraprogramaba a sí mismo. Naturalmente, el PP se prepara para recibir votantes que se fugaron especialmente a Cs, desencantados ahora con la división del centro derecha que se ha comprobado abre las puertas a Sánchez.