Opinión

Sanidad privada: más eficiente que la pública

La sanidad pública española cuenta con muy buena fama tanto dentro como fuera del país. Proporciona una calidad relativamente decente a un coste moderado: en particular, España destina el 5,7% de su PIB a sufragar la red de hospitales y centros de salud estatales. Sin embargo, no deberíamos perder de vista que ese sistema sanitario público convive, o al menos coexiste, con un conjunto cada vez más importante de hospitales y centros de sanidad privados: en particular, el gasto en sanidad privada ya equivale al 3,3% del PIB. O dicho de otro modo, más del 36% de todos los desembolsos sanitarios españoles ya se concentran en el sector privado. Por ello, si existieran razones para felicitarnos por nuestro modelo sanitario, más de un tercio de las mismas habría que agradecérselas a la sanidad privada. De hecho, a la hora de la verdad los centros privados tienden a ser notablemente más eficientes que los públicos y contribuyen a descargar –y compensar– los problemas de funcionamiento internos de estos últimos. Por ejemplo, y según se recoge en el último informe RESA 2019, mientras que los hospitales públicos tardan una media de 60 días en asignar especialista a sus pacientes, los privados lo hacen en apenas 12 días, esto es, cinco veces más rápido. Las largas listas de espera de la sanidad pública son, precisamente, uno de los factores que contribuyen a mantener a raya los costes monetarios del sistema estatal: para eliminar tales listas de espera sería necesario multiplicar los recursos de la sanidad pública y, al hacerlo, sus costes se dispararían. Por consiguiente, no se trata realmente de que la sanidad pública sea muy barata, sino de que una parte de sus costes son de carácter no monetario (la espera hasta recibir un tratamiento) y terminan siendo trasladados a los ciudadanos. No en vano, si éstos optan por pagar para acudir a la sanidad privada, aun cuando tienen derecho a utilizar gratuitamente la sanidad pública, es porque consideran que el daño que se les genera como consecuencia de la espera forzada en el sistema sanitario público es más gravoso que el coste duplicado que han de soportar para así sortear las listas de espera a través del sistema privado. En definitiva, los políticos españoles han promovido el establecimiento de dos sistemas sanitarios dentro de España: uno modesto para el conjunto de la ciudadanía –gratuito, calidad aceptable pero con agónicas listas de espera– y otro premium, asumiendo un coste suplementario, con estándares de calidad más elevados y sin listas de espera. Que haya distintos estándares de servicio dentro de un sistema sanitario no es grave –en Singapur, uno de los mejores y más inclusivos del mundo, también sucede–; lo grave es que, debido a la losa fiscal que soportan los ciudadanos, sólo algunos tengan la opción de escoger la modalidad premium (privada). ¿Para cuándo una deducción fiscal en el IRPF sobre los gastos sanitarios privados, de tal manera que cualquier persona pueda elegir entre el sistema público y el privado sin tener que pagar dos veces por este último?