Opinión

Más desaceleración y deuda

Los tambores de desaceleración de los que algunos llevamos hablando más de un año empiezan a sonar con fuerza dentro de nuestra economía. Primero, el crecimiento económico del segundo trimestre de 2019 fue todavía peor de lo que pensábamos, apenas el 0,4%, lo que probablemente termine reduciendo el ritmo de expansión para el conjunto del año por debajo del 2%. Segundo, dentro de este dato de crecimiento revisado a la baja, los componentes que mejor se comportaron fueron las exportaciones y el gasto público... pero ambos irán a peor durante la segunda mitad del año (el gasto público, porque en esta ocasión la chequera política no se empleará con tanta holgura como en los comicios de abril y mayo, y las exportaciones, por culpa de la guerra comercial), de modo que el crecimiento será todavía peor. Tercero, las familias han elevado su ahorro precaucionario hasta el nivel más alto de la última década (en concreto, el 19,3% de su renta disponible), lo que pone de relieve que ya están experimentando la desaceleración de primera mano y que han empezado a actuar en consecuencia. Cuarto, los datos de paro registrado del mes de septiembre han sido nuevamente negativos (el tercer trimestre de 2019 ha sido pésimo para el mercado laboral), nos encontramos ante la peor racha para la creación de empleo desde el recesivo año 2013. Y quinto, el propio Pedro Sánchez ya admite que nos encontramos en un contexto de «riesgo de crisis económica». El contexto, pues, no es en absoluto esperanzador (incluso la creación de empleo va a peligrar) y acaso lo más deplorable sea que la situación de nuestras finanzas estatales continúa siendo pésima. Por un lado, la deuda pública se ha disparado hasta el 98,9% del PIB (1,21 billones de euros), en lo que ya constituye el nivel absoluto más elevado de su historia. De hecho, no olvidemos que el objetivo del gobierno para el conjunto del año era del 95,8%, con lo que vamos a quedar muy lejos del cumplimiento. Por otro, el déficit público en el primer semestre del año se ha ubicado en el 2,14% del PIB tras dispararse un 17,9% frente al mismo periodo del año anterior y recordemos que el propósito del Ejecutivo para este año era el 2% del PIB. Menos crecimiento, más déficit y más deuda. Teniendo en cuenta que, en caso de entrar en recesión nuestro desequilibrio presupuestario se agravaría notablemente con respecto al actual (caída de la recaudación tributaria, especialmente por IRPF y Sociedades, y aumento de otros gastos como prestaciones de desempleo), nuestro cóctel económico-financiero resulta cuando menos inquietante. No hemos aprovechado los años de bonanza ni para aprobar reformas estructurales que elevaran nuestro crecimiento potencial o que nos permitieran capear con mayor holgura las inclemencias de una crisis, ni tampoco hemos procedido a sanear la situación financiera de nuestras administraciones públicas (ora subiendo impuestos, ora idealmente recortando gastos). La desaceleración con riesgo de crisis está aquí y todos nuestros deberes se han quedado sin hacer.