Opinión
Los enormes costes de la desglobalización
Los ataques a la globalización no salen gratis. Durante las últimas décadas, la economía mundial se ha ido organizando alrededor de lo que podríamos denominar una «división internacional del trabajo», es decir, las empresas no han concentrado toda su actividad en una única zona geográfica sino que, por el contrario, han distribuido la cadena de valor de sus productos entre distintos países, aprovechando así las ventajas comparativas de cada uno de ellos (en qué son relativamente más competitivos) y a su vez explotando las economías de escala (una única planta en un país abastece a la totalidad del mercado mundial, lo que permite abaratar el coste medio de cada unidad producida). Gracias a ello, nuestros ingresos reales se han incrementado en tanto en cuanto hemos podido disfrutar de mayor cantidad y variedad de bienes y servicios.
Pero, pese a que la globalización ha enriquecido a todas las sociedades que se han sumado a ella, la misma no ha estado libre de generar perdedores en algunos sectores dentro de esas sociedades. En esencia, todas aquellas empresas y trabajadores que, merced a la globalización, se han visto expuestos a una mayor y más eficiente competencia global han salido perdiendo, al menos en el corto plazo. Antes de que se abrieran los flujos comerciales internacionales, muchas de esas compañías disfrutaban de un mercado doméstico cautivo, esto es, podían vender peores productos a mayores precios a sus clientes internos. Después de que abriéramos los flujos comerciales internacionales, esas mismas empresas pasaron a tener que reestructurarse, mejorando la calidad, bajando los precios o dedicándose a otras actividades.
De ahí que, durante los últimos años, el movimiento antiglobalización haya arraigado con especial virulencia entre algunos sectores de la sociedad. Son ellos los que reclaman más aranceles y protecciones frente a los competidores foráneos para, de esa forma, poder exigir precios mayores a los consumidores domésticos. Esta organización lobística de los grupos de interés mercantilistas ha conseguido influir sobre algunos políticos occidentales, el más célebre de los cuáles ha sido sin duda Trump en EE UU. Así, estos gobernantes neoproteccionistas han comenzado a cargarse durante los últimos años los flujos de intercambios internacionales al grito de buscar un comercio global más justo (no sin cierta razón en alguna de sus críticas contra el libre comercio adulterado de muchos países, como China o la UE). Y, al hacerlo, nos están empobreciendo a todos. Esta misma semana, el Fondo Monetario Internacional estimaba que la guerra comercial iba a costarnos el 0,6% del PIB mundial en 2020, es decir, en torno a 640.000 millones de euros.
Nótese que estamos hablando de unas pérdidas equivalentes a la mitad del PIB español. Es decir, el ataque contra la globalización que ha perpetrado Trump podría volatilizar del planeta un volumen de producción similar a la generada por media España cada año. La antiglobalización, tan extendida entre la izquierda y entre cierta derecha nacionalista y antiliberal, nos castiga y lastra a todos. Por ello, en lugar de continuar levantando barreras comerciales que nos aíslen del resto del planeta, deberíamos aprovechar la actual coyuntura para derribarlas. No represaliar a EE UU con nuevos aranceles y no caer en la trampa de un Brexit desordenado y proteccionista.
Aunque la Unión Europea no pueda resolver la totalidad de los conflictos comerciales globales, sí debería evitar iniciar o agravar los suyos propios. Ya estamos experimentando demasiado daño –Alemania se encuentra en recesión– y no sería nada inteligente empeorar la situación todavía más.
Expolio a los autónomos
Una de las 35 medidas económicas que integran el programa electoral del PSOE consiste en obligar a que los autónomos coticen a la Seguridad Social en función de sus ingresos reales. Supuestamente, se trata de una propuesta que pretende beneficiar al colectivo pero que, en realidad, busca expoliarlo. En la actualidad, la inmensa mayoría de trabajadores autónomos escogen cotizar por la base mínima (944 euros mensuales), de modo que la cuota que han de pagar regularmente al sistema es de unos 285 euros mensuales. Con la medida socialista, todos aquellos que hoy coticen por la base mínima pero ingresen por encima de la misma se verían forzados a pagar mucho más al Estado. Por ejemplo, un autónomo con unos ingresos medios de 23.600 euros anuales pasaría a abonar unos 600 euros al mes, esto es, más del doble que en la actualidad.
Cada vez peores augurios
Cada vez son más los organismos que están optando por rebajar la previsión de crecimiento de la economía española no ya para 2020, sino incluso para 2019. El último en sumarse al coro de rebajas ha sido Funcas, quien ha avanzado que nuestro PIB ni siquiera alcanzará una tasa de expansión del 2% para el presente ejercicio. Al respecto, recordemos que nuestra estructura productiva (y regulatoria) exhibe enormes dificultades para continuar generando empleo cuando nos expandimos a tasas inferiores al 1,25% anual. Todavía no nos encontramos en un ritmo tan ralentizado como ése, pero, si el panorama internacional no cambia, no es nada descartable que el año que viene sí estemos en él, de modo que la tasa de paro dejaría de reducirse aun cuando continúa por encima del 14% de la población activa.
División en el BCE
El BCE sufre la mayor división de su historia. Hace unos días, varios antiguos miembros de la entidad publicaron una carta enormemente crítica con la actual dirección de la política monetaria. A su entender, la laxitud crediticia promovida desde Fráncfort estaba esclerotizando la economía europea y, por tanto, debería terminar de inmediato. Pero las críticas no han acabado aquí. Este pasado jueves, se filtraron las actas de la última reunión del BCE y en ellas se constató un enfrentamiento máximo entre la postura de los halcones (defensores de la ortodoxia monetaria) y la de las palomas (partidarias de proseguir con la actual estrategia). Draghi, pues, no sólo ha fracasado a la hora de impulsar el crecimiento europeo con estímulos monetarios, sino también a la hora de mantener la concordia en el seno del BCE.
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