Opinión

Un buen Brexit

La Unión Europa y el Gobierno conservador de Boris Johnson han llegado a un acuerdo sobre los términos del divorcio, es decir, sobre el Brexit. En gran medida, se trata de una victoria para el líder de los «tories»: el Brexit tendrá efectos inmediatos desde el 31 de octubre (no habrá un periodo de transitoriedad indefinida como establecía el «Plan May») y la frontera aduanera se ubicará en el Mar de Irlanda. Es decir, en Irlanda del Norte se aplicará parcialmente la normativa comunitaria, pero sólo para los bienes producidos en Irlanda del Norte o importados allí desde fuera de Reino Unido. Los bienes fabricados o importados al resto de Reino Unido no habrán de cumplir con la normativa comunitaria y, desde allí, podrán trasladarse posteriormente a Irlanda del Norte sin cumplir con esa normativa. El acuerdo es razonable para todas las partes: la Unión Europea se asegura de que no entrarán en la República de Irlanda bienes que no cumplan las normas comunitarias; la República de Irlanda e Irlanda del Norte no se verán divididas por una frontera dura; y Reino Unido consigue abandonar limpiamente la Unión Europea sin condicionantes neocoloniales. Sólo falta que hoy sábado el Parlamento británico ratifique el pacto para que la separación se consume y, finalmente, se despeje la incertidumbre sobre cuál será el marco institucional compartido entre la Unión Europea y Reino Unido. No está claro que el Parlamento vaya a ratificar el acuerdo, puesto que los nacionalistas irlandeses, la mayor parte del partido laborista y los europeístas se oponen al mismo, de modo que Johnson penderá del hilo de su propio partido –tanto de los partidarios de una salida dura como de los defensores de una salida mucho más blanda– y de los laboristas díscolos. Idealmente, empero, el acuerdo debería prosperar para así poner fin a más de tres años de parálisis e incertidumbre. A la postre, el Brexit –y los interrogantes regulatorios asociados al mismo– son uno de los principales factores que explican el fuerte parón de la economía teutona y, por tanto, del resto del continente. No en vano, las exportaciones manufactureras de Alemania a Reino Unido han caído más de un 20% desde el referéndum de 2016, hasta el punto de que, en estos momentos, se hallan en su nivel más bajo desde 2014. Por consiguiente, que haya acuerdo entre la Unión Europea y Reino Unido no es positivo por el hecho de poner punto final a un interminable culebrón político, sino porque las empresas podrán replantear sus inversiones dentro de un nuevo marco institucional estable y previsible. Hasta el momento, la parálisis inversora ha sido la nota dominante, porque nadie sabía hacia qué tipo de Brexit avanzaríamos. Ojalá el «plan Johnson» triunfe y la economía europea pueda volver a ponerse en marcha, recuperando todo el tiempo perdido. Si Estados Unidos y China también arreglan sus desavenencias comerciales, acaso 2020 acabe siendo un año sustancialmente menos malo de lo que cabía esperar en un principio.