Opinión
No es lo mismo una política económica que otra
Ni
izquierdas ni derechas se presentan a estas elecciones con las
cuentas cuadradas. Las primeras porque prometen aumentos desorbitados
del gasto público sin plantear subidas impositivas suficientes como
para sufragarlos; las segundas porque proponen rebajas de impuestos
que no van acompañadas de un recorte lo suficientemente apreciable
de los desembolsos estatales como para no elevar el déficit. Todas
las formaciones se han entregado a un cierto anumerismo
propagandístico con el propósito de maximizar los afectos y
minimizar los desafectos.
Por
desgracia, las cuentas públicas de nuestro país no están como para
practicar experimentos irresponsables: con un 100% de deuda estatal
sobre el PIB y en medio de una cada vez más intensa desaceleración
económica, los presupuestos del Estado no deberían desentenderse de
nuestro saneamiento financiero, sino que deberían priorizarlo para
blindarnos frente al riesgo de desconfianza de la comunidad
inversora.
Ahora
bien, que izquierdas y derechas presenten unos planes presupuestarios
desajustados no significa que las causas que motiven ese desajuste
sean igual de dañinas para el funcionamiento de nuestra economía.
No es lo mismo disparar el gasto público, creando nuevas
transferencias que desincentiven la empleabilidad de los trabajadores
o que subsidien empresas improductiva, que disminuir los impuestos
incentivando la empleabilidad de los trabajadores y aumentando los
recursos propios de aquellas compañías rentables que pretenden
seguir expandiendo sus actividades. En suma, no es lo mismo fomentar
la improductividad que impulsar la productividad.
Al
igual que tampoco es lo mismo un paquete de medidas dirigido a
sobrerregular que a desregular la economía. Las izquierdas
pretenden, en mayor o menor grado, multiplicar los grilletes
legislativos que pesan sobre nuestras empresas: menor libertad
laboral, menor libertad inmobiliaria, menor libertad energética o
menor libertad en el transporte; en suma, una economía menos
flexible y menos competitiva para generar riqueza. Por su parte, las
derechas, también en mayor o menor grado, plantean eliminar algunas
de las losas normativas que recaen sobre la organización
empresarial: mayor libertad laboral, mayor libertad inmobiliaria,
mayor libertad energética o mayor libertad en el transporte; en
suma, una economía más flexible y más competitiva para generar
riqueza.
Debiera
ser obvio, pues, que los programas económicos de ambos bloques
políticos no son equivalentes. Aunque ninguno de los dos tenga los
deberes plenamente hechos, los deberes de las primeras sólo conducen
a un mayor estancamiento económico mientras que los deberes de las
segundas contribuirían a liberar nuestra capacidad productiva. Y
durante los próximos años no podemos permitirnos el lujo de socavar
nuestra capacidad productiva, arriesgándonos a caer en una nueva
recesión. En un contexto económico como el actual de España, en el
que la propia Comisión Europea estima que apenas creceremos un 1,5%
el próximo año y en el que, por tanto, la creación de empleo se
pondrá seriamente en riesgo, no deberíamos avanzar en la dirección
de más gasto público (y más impuestos) junto a una mayor
regulación. Nuestras empresas necesitan de oxígeno financiero y
regulatorio para capear la ralentización y volver a coger vuelo.
Desde
un punto de vista económico, lo peor que le podría suceder a
nuestro país tras el 10 de noviembre es que triunfe una coalición
entre la izquierda y la extrema izquierda, puesto que todas las ideas
desnortadas de los socialistas se verían gravosamente amplificadas
por la influencia radical de Unidas Podemos o de Más País. Frente a
esa terrible alternativa, mucho mejor sería proseguir con el actual
bloqueo político.
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