
Opinión
Con la democracia, con la libertad
Los españoles recuerdan todavía el discurso del Rey Felipe VI con ocasión del intento de golpe de Estado en Cataluña. Los españoles que no se avergüenzan de serlo y no renuncian a vivir en un país democrático, garantista, respetuoso con las libertades, modélico a pesar de sus insuficiencias y estados carenciales, no besamos entonces los pies del Monarca ni salimos a la calle gritando viva las cadenas. Entre otras cosas porque se nos antojaba poco higiénico besuquear pinreles, por regios que sean. Pero también, sobre todo, porque Felipe VI, y la monarquía constitucional, no necesitan babosos parabienes o halagos palaciegos. Porque el Rey, para entendernos, es exactamente lo opuesto a las cadenas, el absolutismo, la oscuridad, las violentas pinturas del sordo genial y el tópico mostrenco, de moscas, bueyes, apandadores y bosta a granel, que los enemigos de la nación de ciudadanos libres e iguales pasean por el mundo como quien lleva en andas un adefesio negrolegendario.
La de ayer no fue, como en 2017, una alocución vibrante o urgente, refulgente, balsámica para los hombres de buena voluntad, histórica como aquella otra que pronunció su padre, Juan Carlos I, con ocasión del otro intento de golpe de Estado sufrido por la joven democracia española. Las circunstancias son distintas y deberíamos de felicitarnos. Los golpistas, parte de la organización criminal al menos, duermen en la trenta, de la que no debieran de salir en un par de lustros.
El experimento insurreccional del 1-O fue derrotado gracias a la profesionalidad de unos funcionarios, de la polícia a la judicatura, impecables en el desempeño de sus obligaciones y en la persecución de quienes, felones, habían traicionado la sacrosanta promesa de cumplir y hacer cumplir la ley. El de ayer de hecho fue más bien un discurso suave, light, bajo en calorías, pero igualmente decisivo al resaltar sin ambages la necesidad de profundizar en el espíritu de la Transición. Que no era un fantasma de Dickens sino un afán conciliador para enterrar el guerracivilismo y, de una vez por todas, abandonar la dialéctica brutal del odio, el fuego y las pistolas. No faltaron las alusiones a las zozobras de los tiempos presentes. Iguales a las de otros tiempos pero multiplicadas por aquello de que esos son historia y estos todavía colean, hieren, muerden. Con todo el Rey no olvidó mencionar Cataluña, panal del cólera, como una de las principales amenazas para la convivencia de los distintos que viven juntos, las libertades sin distinción de matriculares forales o rancios etiquetados y la soberanía nacional, que reside en el conjunto del pueblo español y etc. La gran paradoja es que el Rey ha hablado mientras sus enemigos pactan con el hombre llamado a gobernar España, Pedro Sánchez. La tragedia es que los golpistas, que no saben vivir sin dar sablazos y promover la decadencia, exigen la clausura de la mejor etapa que hemos vivido en siglos de historia. La tristeza es escribirlo y concluir que no podemos hacer más que situarnos de su lado, que es el nuestro, y advertir a los arrogantes, miserables, que la monarquía constitucional sobrevivió a la feroz acometida de unos adefesios subidos a un tanque, sobrevivió a las agresiones brutales del terrorismo nacionalista, que ponía cadáveres de niños sobre la mesa, y sobrevivirá al intento de atomización cantonal de los coleccionistas de agravios colectivos y excrementos folklóricos. Sobrevivirá, incluso, a las intenciones aviesas de los que negocian para humillar nuevamente a la Abogacía del Estado. Y el año próximo, con Puigdemont en la cárcel, Felipe VI brindará de nuevo por la democracia y nosotros, por agradecimiento, madurez y lealtad, ¡y por instinto de supervivencia!, volveremos a aplaudirle.
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