Opinión

Las edades de la Nación: niñez

La soberana del país de Fantasía, en «La historia interminable» de Michael Ende, es la Emperatriz Infantil, que reina ecuánime sobre su legendario país y ha de tomar decisiones graves en momentos de crisis. Gracias a Bastian y Atreyu, desde los dos lados –y dos colores– del libro que fascinó por la lectura a una generación entera, logrará combatir el vacío que se ha creado en el mágico reino literario por culpa de la descreencia de los adultos. En esta y otras obras de Ende mundo de los mayores aparece como gris, frío y cruel, carente de toda imaginación: un mundo que ha ido aniquilando la fantasía, por tanto, los libros de ficción. Y la política también parece su triste dominio, que solo se puede salvar en los cuentos. Pero, ¿es que un menor podría gobernar con más justicia que un adulto?

En la conocida teoría del «Estado como metáfora familiar» del lingüista G. Lakoff (en «Moral politics», 1996), la cosmovisión política conservadora y liberal difiere esencialmente en cuanto al modelo de «padre» con que se compara al Estado –estricto o cuidadoso–, pero la base indiscutible es que el «Estado» siempre ha de ser el «padre» y los «ciudadanos» los «niños»: la infancia, en metáfora política, siempre sigue las directrices del Estado paternalista. Más recientemente, A. Musolff estudia en «Political Metaphor Analysis» (2016) un corpus de metáforas sociopolíticas en la prensa relacionada con la UE, en las que las relaciones de los estados miembros son presentadas a menudo como una gran familia, no siempre bien avenida, con uno o varios niños díscolos.

Hoy todos tenemos por evidente que la política y el gobierno son un dominio de la racionalidad que caracteriza a los adultos, pero hemos tendido a olvidar lo que una mirada desde el mundo de la infancia podría aportar a nuestras ideas sobre la comunidad política. Solo la literatura y la mitología han querido mostrar esas intuiciones utópicas. ¿Y si los niños gobernasen? Con esta atractiva pregunta comienzan C. Kelen y B. Sundmark la introducción a un reciente libro colectivo sobre la idea del gobierno de los niños («Child Autonomy and Child Governance in Children’s Literature», Londres 2019) que nos llama poderosamente la atención en una época en la que el icono de la contestación al gobierno adulto –al hilo de la cuestión climática– es una menor que se ha erigido en líder, Greta Thunberg.

Como siempre con las metáforas políticas, todo esto tiene mucho más que ver con nuestra actualidad de lo que parece a primera vista. Obras de la literatura fantástica y juvenil como las de C.S. Lewis o J. M. Barrie, han recogido momentos utópicos con niños al mando de países o ejércitos: pensemos en los Niños Perdidos del país de Nunca Jamás, en «Peter Pan», o la indómita Pipi Calzaslargas en su Villa Kunterbunt. Cuando no se aventuran en regiones ignotas y peligrosas y toman decisiones clave, como Dorothy en el País de Oz, Alicia en el País de las Maravillas o al otro lado del Espejo o los niños extraviados de «El señor de las moscas», de W. Golding. La ficción anglosajona se ha especializado en ello, quizá recogiendo los pensamientos de J. Locke sobre una más infancia autónoma.

En la mitología griega aparece el Niño primordial, por ejemplo, en el mito de Dioniso Zagreo, a quien el rey de dioses, Zeus, designó como su heredero y llegó a entronizar. El suyo iba a ser un reinado –el cuarto en la sucesión de los dioses– de paz y regreso de la edad de oro, simbolizado por la niñez sagrada, pero quedó truncado por la conspiración de Hera que, acaso representando el poder adulto, incitó a los malvados Titanes a matar y devorar al niño dios. O se puede recordar el cuento de los niños Frixo y Hele, los hermanos a lomos del carnero volador, un escenario de infancia decisoria en que mito y folklore se aúnan. En estos relatos tal vez se conjuguen de forma inolvidable mito y poesía, a partes iguales, creando un terreno especialmente propicio para una reflexión política libre, evadida de nuestros corsés adultos habituales. Nos sumerge en lo más profundo del pensamiento mítico y mitopoético, que deslinda Barthes en «Mythologies», «mientras que el mito apunta a una ultra-significación, a la ampliación de un primer sistema, la poesía… intenta transformar el signo de regreso a su significado».

Finalmente, huelga decir que la idea del niño como gobernante ha trascendido las fronteras de la literatura a menudo para pasar a la realidad histórica: no recordaré aquí los muchos niños que han gobernado bajo regencia en monarquías pretéritas, desde la antigüedad a las cortes europeas del bajo medievo y la edad moderna. Como quiera que sea, entre las edades metafóricas de la nación hay un lugar clave para la infancia.