Opinión
Irresponsables
Hace solo una semana, llevábamos en Italia un millar de fallecidos por coronavirus y ahora resulta que allí ya superan en bajas a China. La inmensa caravana de camiones militares, cargados con féretros italianos, encarna el horror que nos trae, de un día para otro, este virus maldito. El COVID-19 se ceba con los mayores, no hay más que fijarse en nuestras residencias, pero también sabemos puede matar a cualquier edad y que no entiende de territorios, ni de economías, ni de pedigrís.
Si desde un principio hemos tomado a Italia como referencia, solo espero que siga primando la responsabilidad colectiva de confinarnos. La OMS avisa de que, si no se adoptan medidas más rotundas, millones de personas lo pagarán con sus vidas. Y sin embargo, a pesar de que una mayoría de españoles se lo están tomando en muy serio, seguimos viendo fiestas nocturnas en la calle, incautos saliendo a hacer deporte y, lo que es peor, seguimos comprobando que algunos representantes políticos se pasan por el forro las indicaciones.
Esto no es un juego, no es una ficción de modo que, si debe seguir en cuarentena, ¿por qué se la salta una y otra vez Pablo Iglesias? Lamentable ejemplo el del vicepresidente al presentarse ayer en La Moncloa para reunirse con otros ministros sabiendo todo lo que sabe, sin guantes ni mascarilla. «No pensé que las personas sin hogar iban a ser la primera preocupación de la ministra Robles, y eso me ha emocionado». Así se ha explicado Iglesias, tan campante, como si Robles –por ser del PSOE o por estar vinculada a las Fuerzas Armadas, vete a saber– tuviera que tener prioridades vitales menos elevadas que las suyas. Es todo un despropósito.
Menos mal que tenemos a los sanitarios en primera línea de batalla. Menos mal que otros muchos trabajadores nos garantizan cada día los servicios básicos, menos mal que este país posee un corazón que no le cabe en el pecho, un ingenio que se crece en la adversidad y una alegría que sale a los balcones cada noche, a dar las gracias y celebrar la vida. Suenan aplausos sanos, sin consigna política, que unos cuantos han querido mezclar con caceroladas antimonárquicas. ¡Qué momento inoportuno para encender más los ánimos! No está el horno para bollos.
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