Opinión
Corona
No siempre es verdad lo que la mayoría cree que es verdad. Incluso hoy, cuando cunde la idea de que la opinión mayoritaria decide qué es la verdad. Aunque no sea verdad. Lo explicaba con elegancia aquel viejo cuento de hadas danés, «El traje nuevo del emperador», del maestro Hans Christian Andersen. Un rey, presumido y patológicamente preocupado por su atuendo, creyó a unos pícaros cuando aseguraron que le podían coser una vestimenta tan suave y delicada que solo los estúpidos eran incapaces de verla. Como nadie quería parecer tonto ante los demás, todos alabaron la magnificencia de las telas, el extraordinario corte del inexistente traje, aunque cualquiera podía ver que el rey se paseaba en pelota picada entre sus súbditos. Como nadie quería pasar por necio, todos se desgañitaban alabando la elegancia del monarca, ejerciendo de tales: demostrando que eran una panda, mayoritaria eso sí, de imbéciles redomados. Un niño sin prejuicios, no infectado por el pensamiento único, señaló sencillamente que el rey estaba desnudo. Los economistas aseguran que, cuando la marea baja, también se ve quién está desnudo. El dinero, la abundancia, fue nuestra marea. En España, descendió de manera dramática en 2008, sumiendo al país en una precariedad de la que muchos aún no han salido, y probablemente nunca lo harán en lo que les queda de vida. Porque hay que pagar la cuenta de la fiesta. Sí: hace tiempo que la marea bajó, desnudando y acabando con la impunidad del rey Juan Carlos I, que está viviendo sus días más oscuros. Lo que en su caso pudo ser el reinado más largo y exitoso de un Borbón en la historia de España, se ha convertido en una decadente agonía, vergonzosa tanto para la Corona como para los españoles. Los peores momentos de la monarquía han coincidido con dos puntos de inflexión económica y social terribles que ha vivido España: el episodio de la cacería de Botsuana (2012, en lo más duro de la Gran Recesión), y las últimas «revelaciones» sobre los negocios del Emérito que se han unido a esta confusa pero terrible crisis del coronavirus. Sería una triste y democrática ironía que el actual rey pagara la factura de los desmanes de su antecesor, como los españoles modestos y trabajadores estamos pagando la de la crisis económica.
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