Opinión

La enfermedad de la nación

Una de las más antiguas metáforas del pensamiento político es, sin duda, la del llamado «cuerpo político»: la vieja idea de entender la comunidad política como un cuerpo humano. Así nos lo recuerda en general la terminología política que seguimos usando (Cabeza del Estado, Corporación, Miembros del Parlamento, etc.) y, en particular, la última comparecencia de Pedro Sánchez sobre el COVID-19, con la cita del poeta persa Saadi (s.XIII) que figura en la ONU y usa esta metáfora: «Los hijos de Adán asemejan a los miembros de un solo cuerpo». Aunque la mayor parte de los especialistas hacen remontar su origen a la Edad Media, siguiendo los estudios de Kantorowicz, qué duda cabe que se puede sondear tal noción mucho más atrás: la comunidad como un cuerpo aparece en el cristianismo antiguo relacionada con la Iglesia – «ekklesia», palabra griega de honda carga política desde la asamblea ateniense–, parte del llamado «cuerpo místico» de Cristo. La teología política de San Pablo da carta de naturaleza a esta analogía corporal de tan larga trayectoria, cuyos precedentes examinaremos en detalle en otro momento. Baste ahora, al hilo de la terrible situación actual de pandemia generalizada en nuestro país, evocar los orígenes de la idea de «cuerpo político» en la antigua Grecia en torno a un caso especial y muy pertinente: el de la enfermedad. Pues si el estado es un cuerpo, ¿qué ocurre cuando este enferma? Ahí se ve especialmente el trasvase de vocabulario entre medicina y política, que está en la base de la antigua teoría del estado y que seguimos usando de modo inconsciente.

El bienestar del cuerpo, para Hipócrates, se cifraba en el equilibrio perfecto de sus partes, sus funciones y sus cuatro humores que, según su escuela médica, estaban presentes en el cuerpo: la bilis, la sangre, la bilis negra y la flema. Especialmente conocido es el concepto de «isonomía» o distribución equilibrada, que también pasará al vocabulario político, específicamente de la democracia ateniense. El desequilibrio causaba las afecciones, en un principio predominios de humores en el cuerpo, que creaban caracteres biliosos, sanguíneos, melancólicos o flemáticos, respectivamente. Pero podían acabar en el estallido virulento de una enfermedad, cuyo momento emblemático era la «crisis», vocablo en principio de terminología médica. Entonces se requiere un médico para diagnosticar y sanar, por lo que la analogía siguiente es la del gobernante-sanador, con saber y técnica para recobrar el equilibrio del cuerpo político.

Cuando el estado entra en «crisis» la cabeza debe regir de forma clara, pero sobre todo debe evitar la desunión de los miembros. Hay otro termino griego de origen médico y uso político que nos previene contra la disgregación del cuerpo político –lo que puede pasar si los políticos o territorios van cada uno por su lado–, como es la «stasis»: en su sentido médico, aparece en los tratados hipocráticos «Sobre la medicina antigua» (14) y «Sobre la naturaleza del hombre» (4.10-13) o en el «Timeo» de Platón (81e6-82b1 «cuando algún elemento sufre un cambio contra su naturaleza»), como un resultado de la falta de equilibrio saludable. Pero se usará muy pronto como metáfora política –en Heródoto (5.28.5-9), Tucídides (3.82) o en la «Política» (1302a22-31) de Aristóteles– aludiendo a la dolencia más grave del cuerpo político: la guerra civil, que puede destruir el estado y agravar terriblemente su enfermedad. La «stasis» provoca que no se atajen las causas de la enfermedad con unidad de acción, sino que produzca discordia civil en momentos clave como el presente: sobra decir que en estos momentos la división es lo más indeseable. Por eso, con la certeza de que todo acabará bien, y en el marco de las metáforas políticas que estudiamos en estos artículos, hay que hacer un llamamiento, por un lado, a un mando único, técnico y solvente, una sola cabeza y, por otro, a la unidad de todos los miembros para superar la enfermedad del cuerpo político.

Quiero evocar finalmente a dos autores muy alejados en el tiempo pero que ayudan a comprender la importancia de la idea sociopolítica de la enfermedad. El primero abunda en los dos conceptos mencionados: previsión y unidad: Maquiavelo, en «El Príncipe», aconseja a los gobernantes ser como médicos que diagnostican las enfermedades antes de que se vuelvan demasiado serias y puedan devenir problemáticas. Mejor prevenir que necesitar un cirujano que haya de amputar. El gobernante ideal, por tanto, debe ser previsor ante el primer síntoma de desequilibrio, como un médico hipocrático. Por otra parte, no sanaremos como sociedad sin compasión: hay que recordar en ese sentido el extraordinario trabajo de Susan Sontag sobre la enfermedad como metáfora. social –estudiando la tuberculosis, el cáncer o el sida– y la manera en que, frente a lo político, para los individuos conviene evitar el discurso metafórico y centrarse en su cura física y en su integración compasiva. Juntos conseguiremos sanar el cuerpo común.